Hemos examinado en el capítulo anterior, que gracias al caballito de totora o tup, nuestros pescadores lograron sobreponerse a la barrera que las olas interponían entre ellos y la inmensa riqueza biológica de las profundidades marinas. Con el tiempo, estos rudos hombres de pesca, fueron desarrollando técnicas cada vez más sofisticadas de navegación. Llegando a construir embarcaciones que les permitieron, no sólo adentrarse más en el mar en busca de alimento, sino que también a la posibilidad de transportar una mayor carga pesquera y emprender travesías a otros puertos distantes, con cuyos habitantes entablarían fructíferas relaciones comerciales.
En este segundo capítulo, reconoceremos la evolución que condujo a nuestros antepasados a construir más grandes embarcaciones, gracias a las cuales lograrían navegar a lugares tan lejanos como las islas de la Polinesia. A partir de esta creencia, luego intentaremos establecer una conexión entre los antiguos peruanos con los habitantes de las islas polinesias. Ellos, los polinesios, poblaron el archipiélago hawaiano con sus costumbres y sus prácticas rituales. Una de esas prácticas rituales fue precisamente el arte de surcar las olas, que así suponemos, habría llegado hasta Hawái desde el antiguo Perú.
La travesía de 101 días realizada por el antropólogo y explorador noruego Thor Heyerdahl en 1947, que logró unir los 6,920 kilómetros que separan el puerto del Callao con las islas Tuamotú, en la Polinesia, a bordo de la balsa llamada Kon-Tiki construida al modo de las balsas de los antiguos peruanos demuestra la capacidad náutica de esas balsas, y nos permite sustentar esta proposición; que hubo un antiguo contacto entre el Perú y la Polinesia. Añadiremos la información de los cronistas, que no sólo narran la extremada pericia que llegaron a alcanzar los antiguos peruanos en la navegación, sino que además, contribuyen para exponer que es posible su arribo a las islas del Pacífico. Sin perder de vista la historia del arte de surcar olas en el Antiguo Perú, viajaremos por los mares del tiempo en pos de los primitivos navegantes peruanos, quienes así probablemente hicieron la difusión del cinco veces milenario y diez mil veces placentero arte de surcar olas.
“...tomaron un navío en que venían hasta veynte hombres... tenya parecer de cavida de hasta treynta toneles hera hecho por el plan e quilla de unas cañas tan gruesas como postes ligadas con sogas de uno que dicen henequén que es como cáñamo y los altos de otras cañas mas delgadas ligadas con las dichas sogas a do venían sus personas y la mercadería... trayan muchas pieças de plata y de oro para hacer rescate... con unas conchas de pescado de que ellos hazen cuentas coloradas como corales y blancas que trayan casy el navío cargado dellas...”
La Relación Samano-Xerex
1528
Corría el año de 1527 cuando el piloto español Bartolomé Ruiz, navegando a la altura de Tumbes por las aguas desconocidas del Mar del Sur, se encontró frente a frente con una misteriosa balsa a vela tripulada nada menos que por veinte indígenas. Ruiz, quien se hallaba en plena expedición de descubrimiento siguiendo las órdenes de Francisco Pizarro, fue el primero en comprobar la existencia de un pueblo avanzado en las artes de la navegación cuando vio surgir del horizonte, como salida de las páginas de una novela de caballerías, la singular embarcación de los navegantes tumbesinos. Se trataba de una ocasión memorable en la historia del descubrimiento del Perú, ya que era la primera vez que los españoles, quienes llegaron a estas costas atraídos por la leyenda de las riquezas incalculables del imperio de los Incas, se topaban con una embarcación de semejantes características.
Según el historiador Raúl Porras Barrenechea, la misteriosa balsa de los tumbesinos fue la primera embarcación a vela que los españoles encontraron en América. Este dato nos da una idea de lo avanzados que estaban los peruanos en el arte de la navegación, fue registrado en una breve crónica de 1528 conocida hoy en día como la Relación Samano-Xerex. Se trata de un documento de apenas cinco páginas manuscritas que, según Porras, es trascendental porque contiene la relación del hallazgo del Imperio Incaico por la nave de Bartolomé Ruiz y -lo que vale por toda la crónica- el encuentro con la balsa de los tumbesinos. En palabras de Porras: “La descripción del pequeño barco peruano conserva intacta su emoción de asombro. El cronista describe los vasos y tejidos policromos de los Incas, con dibujos de aves y animales, la balanza y el timón que fueron hallados sobre la piragua indígena, que denunciaron el adelanto del pueblo peruano, mayor que el de todos los demás de América del Sur” (Raúl Porras Barrenechea: Los Cronistas del Perú; 1986).
La sorpresa inicial de Bartolomé Ruiz fue pronto reemplazada por la codicia. Las piezas de oro y plata encontradas en poder de los navegantes tumbesinos confirmaban la leyenda de la existencia de un imperio riquísimo que los españoles no tardaron mucho tiempo en descubrir. Bartolomé Ruiz regresó a San Juan (en la actual Colombia) a dar cuenta a Pizarro y Almagro de su deslumbrante descubrimiento, y finalmente, la conquista del Perú se consolidaba con la captura de Atahualpa en Cajamarca.
Pocos personajes en la historia de la conquista del Perú tuvieron una vida tan novelesca como la del navegante y cronista español Pedro Sarmiento de Gamboa. Nacido en 1532 en Alcalá de Henares, guerreó por España en Flandes e Italia cuando apenas contaba 18 años. Pocos años después, lo encontramos en el Perú, acusado de poseer una tinta especial que hechizaba a las muchachas que leían sus cartas de amor. Perseguido por la Inquisición, llegó a la ciudad del Cusco en 1565 donde habría de registrar una historia fascinante que posteriormente incluiría en su Historia Índica.
Pedro Sarmiento de Gamboa, recogió en la Ciudad Imperial una leyenda según la cual, alrededor del año 1465 de nuestra era, Tupac Inca Yupanqui habría organizado una colosal expedición a unas islas situadas al oeste del Perú (en la actual Polinesia) de la cual trajo gente negra, inmensas cantidades de oro, un trono de cobre y una quijada de caballo. Las misteriosas islas a las que Tupac Inca Yupanqui habría llegado, se llamaban Awachumbi y Ninachumbi. Según Sarmiento, los antiguos peruanos eran expertos navegantes y, buscando apoyo en el mítico viaje de Tupac Inca Yupanqui, impulsó a la corona española a organizar una expedición en busca de esas islas. El que entonces era el gobernador español, Lope García de Castro, se sintió tentado a probar fortuna, pero ignoró a Sarmiento y colocó al mando de la expedición a un marino joven e inexperto llamado Álvaro de Mendaña de 25 años de edad. Una flota de dos naves, en las que también viajaba Sarmiento, se embarcó desde el Callao en pos de las míticas Awachumbi y Ninachumbi.
Luego de una larga y penosa travesía, que cruzó de lado a lado el océano Pacífico, se descubrió cerca de Nueva Zelanda un grupo de islas que bautizaron con el nombre de Salomón. Sin embargo, Sarmiento llegó a escribir que “descubrió, el 30 de noviembre de 1567 a doscientas y tantas leguas de Lima, las islas de Tupac Inca Yupanqui y que Mendaña no las quiso tomar”. De ser cierta esta afirmación, el novelesco personaje habría demostrado que los peruanos, efectivamente, tenían un intercambio comercial con los habitantes de Awachumbi y Ninachumbi, islas que, siglos más tarde, Thor Heyerdahl las ubicaría en la Polinesia. Utilizando fuentes distintas, otro cronista español, el padre Miguel Cabello de Balboa, confirmó la relación proporcionada por Pedro Sarmiento de Gamboa. Sin embargo, para apreciar en su verdadera dimensión la magnitud de la travesía del Inca, lo mejor que puede hacerse es contarla.
Siguiendo ambos testimonios (el de Sarmiento de Gamboa y el de Cabello de Balboa) la historia puede resumirse en los siguientes términos. En un intento de continuar las conquistas y las campañas de expansión del Imperio Incaico empezadas por su padre Pachacutec, Tupac Inca Yupanqui tuvo noticia por unos mercaderes que habían venido del mar desde el poniente, navegando en balsas de vela, de la existencia de unas islas llamadas Awachumbi y Ninachumbi, donde había mucha gente y oro.
Antes de lanzarse a la osada aventura, Tupac Inca Yupanqui consultó con su hechicero favorito, llamado Antarqui, quien utilizando sus poderes mágicos, realizó una especie de vuelo chamánico en el transcurso del cual llegó a las mencionadas islas, con lo que pudo afirmar categóricamente su existencia. Tupac Inca Yupanqui puso en funcionamiento una numerosa cuadrilla de obreros que construyó una flota de balsas para emprender la travesía. Luego de varios meses de navegación, en los que la flota sorteó todo tipo de peligros, Tupac Inca Yupanqui arribó a las mencionadas islas, donde se quedó por espacio de un año. A su regreso, el joven príncipe trajo un exótico botín que fue llevado al Cusco para presentarlo al Inca Pachacutec.
Según los historiadores modernos, el viaje de Tupac Inca Yupanqui es un hecho históricamente comprobado y se habría realizado alrededor del año 1465 de nuestra era. Antes de la llegada de los españoles a nuestro continente. En total, la travesía de Tupac Inca Yupanqui habría durado año y medio. Sin embargo, existe un detalle que todavía no hemos mencionado, los misteriosos mercaderes que dieron noticia de la existencia de estas islas, se habrían referido a una leyenda más antigua, según la cual, esas islas eran las mismas hacia donde había viajado Wiracocha, unos doscientos años atrás.
La crónica de Pedro Sarmiento de Gamboa no es el único testimonio que sugiere un posible contacto entre los antiguos pobladores de la costa peruana y las islas de Polinesia. Mucho antes, en el tiempo del mito, se han detectado menciones a una raza de hombres blancos y barbados que llegaron al Perú provenientes del mar. Según la obra, Historia Marítima del Perú, publicada por el Instituto de Estudios Histórico Marítimos del Perú, Wiracocha habría llegado al Antiguo Perú proveniente del mar alrededor del año 1150 en una época en que Tiahuanaco ha dejado de tener importancia y los incas todavía no existen. Wiracocha llega como el gran portador del conocimiento. El nombre más antiguo de este personaje es el de Kon Tiki o Illia Tiki. Surge de las aguas del Titicaca, como Manco Cápac, quien posteriormente, funda el imperio de los incas en nombre de Inti, el dios Sol, y en nombre de Wiracocha.
Wiracocha sería el sumo sacerdote, rey y dios de los legendarios hombres blancos que dejaron las ruinas gigantescas al pie del lago Titicaca. La leyenda cuenta que esta raza blanca fue aniquilada por el ataque de un tal Kari, quien vino de Coquimbo y venció a Wiracocha en una batalla que se realizó en una de las islas del Titicaca. Los hombres de raza blanca fueron aniquilados, pero Kon Tiki y sus adeptos más cercanos huyeron hacia las costas del océano Pacífico y desaparecieron navegando por el mar rumbo a occidente (viajaron hacia la Polinesia o hacia la costa norte peruana). Ya en los tiempos de la autoridad española, los indígenas procedieron inmediatamente a referirse a los españoles con el nombre de Wiracochas, por asociación con aquellos hombres de raza blanca que, muchos años antes, habían llegado al Antiguo Perú.
La leyenda, hoy refutada por la mayor parte de los historiadores y antropólogos, no deja de suscitar extrañas ideas en las mentes inquietas, y no deja de haber alguien que se pregunte quiénes pudieron ser esos primeros Wiracochas. Se ha supuesto que pudiera tratarse de un grupo de exploradores vikingos -cuya destreza en las artes de la navegación era indudable-, y otras versiones más descabelladas afirman que se trataba nada más y nada menos que de Santo Tomás de Aquino y sus discípulos. Lo interesante, en todo caso, es notar cómo el término Wiracocha fue atribuido por los indígenas a los españoles, en tanto los consideraban seres supremos, sobrenaturales, tenidos casi como deidades. Lo mismo sucede con los términos Kon Ticci, Illia Ticci y Pachacamac.
En 1947 el antropólogo y explorador noruego Thor Heyerdahl, basándose en la leyenda de Wiracocha, se propuso demostrar que los antiguos peruanos sí tuvieron contacto con la Polinesia. Para tal efecto, construyó una balsa de catorce metros de longitud en el puerto del Callao, y emprendió un viaje de siete mil kilómetros y tres meses de duración. El destino: el archipiélago de Tuamotú de las Islas Polinesias. El objetivo: probar que la Polinesia fue colonizada hace mil quinientos años por los antiguos navegantes del Perú.
Heyerdahl estaba convencido que existió entre los primitivos moradores del Perú un desarrollo extraordinario que habría estado relacionado, según las leyendas, al arribo de una raza de semidioses encabezada por un príncipe sacerdote representante del sol. Las teorías de Heyerdahl podrían resumirse en los siguientes términos: estos hombres, hoy desaparecidos, habrían constituido la clase gobernante. Se diferenciaban de los habitantes nativos por la blancura de su cutis, la elevada estatura, la nariz aguileña y la barba ondulante, y su último reducto en América habría sido el altiplano que circunda el lago Titicaca. De ahí fueron expulsados finalmente por los antecesores de los Incas; pero Kon-Tiki, el príncipe sacerdote, se salvó con algunos compañeros de una terrible matanza escapando hacia la costa, para desaparecer para siempre en las aguas del océano Pacífico.
La intención de Heyerdahl es bastante explícita: en la dirección que habría tomado Kon-Tiki para escapar quedaban las innumerables islas de la Polinesia. Para poner a prueba la posibilidad de efectuar aquel viaje, Heyerdahl construyó y equipó una balsa lo más parecida posible a la que debieron usar los navegantes de antaño. A esta balsa, Heyerdahl la bautizó con el emblemático nombre de Kon-Tiki. Nueve grandes troncos de madera de balsa de unos sesenta centímetros de diámetro, atados unos a otros formaban la base. Sobre estos troncos, Heyerdahl colocó, como vigas transversales, nueve troncos más pequeños; cubrieron la base con un piso hecho de cañas de bambú y en el centro se construyó una cabina para guardar y proteger el equipo de radio, los delicados instrumentos meteorológicos e hidrográficos, además de los objetos personales. Frente a la cabina montó una vela rectangular de seis por cinco metros; y en la popa puso un largo remo-timón. Formaron parte de la expedición; Herman Watzinger (35), ingeniero mecánico a cargo de las observaciones hidrográficas y meteorológicas; Erik Hesselberg (33), piloto y fotógrafo de la expedición; Bengt Danielsson (27), encargado de todo lo concerniente a comida y agua; Torstein Rabby (29) y Knut Haugland (30), ambos operarios de radio.
El 28 de abril de 1947, salieron del Callao remolcados por una nave de la armada peruana que los llevó mar adentro. Una vez en libertad, izaron la vela donde iba pintada la cabeza de Kon-Tiki. Luego de desafiar peligros innumerables, como tormentas, flujos y reflujos de las corrientes, vientos huracanados que soplaban en direcciones contrarias, olas gigantescas que amenazaban con volcarlos, enormes tiburones que merodeaban alrededor de la balsa, sin encontrarse con ningún barco en la ruta y viendo cómo los troncos de la balsa se cubrían con una capa de algas a medida que pasaban los días, irrumpieron en mar abierto, lejos de todas las rutas comerciales empleadas actualmente por el hombre.
Durante la travesía, Heyerdahl y sus compañeros llegaron a varias conclusiones. Cualquier barca prehistórica que se hubiese aventurado a ir demasiado lejos durante una expedición de pesca en alta mar, habría sido arrastrada por la corriente peruana o de Humboldt para verse inevitablemente lanzada en la misma ruta que ellos seguían. Además, Heyerdahl concluyó que hubiera sido imposible que estos antiguos pescadores pudieran haber pasado hambre, puesto que todas las noches caían peces voladores sobre la cubierta de la Kon-Tiki, mientras que en los troncos se enredaban abundantes cangrejos comestibles. En cuanto al agua, las constantes lluvias tropicales que caían sobre la balsa permitían a los viajeros hacer acopio del vital elemento.
Luego de 93 días de navegación, el 30 de julio, los expedicionarios divisaron la costa de Puka-Puka, uno de los atolones más orientales del grupo de islas Tuamotú. Cuatro días después, llegaron a la isla de Amgatu, donde avistaron una aldea rodeada de árboles gigantescos y a decenas de polinesios que los miraban asombrados. Dos nativos se acercaron en una canoa y subieron a bordo de la Kon-Tiki para abrazar a los expedicionarios noruegos. Eran los primeros seres humanos que veían tras 97 días de ardua navegación, sin embargo, las duras condiciones les impidieron llegar a la playa y, luego de una lucha titánica que duró tres días, la Kon-Tiki encalló en el atolón de Raroia, del archipiélago de Tuamotú, con la tripulación felizmente a salvo. Naufragaron en un extremo del atolón y se quedaron cuatro días solos, sobreviviendo gracias al agua de las lluvias y a las frutas de la playa. Finalmente los polinesios los encontraron y los llevaron en sus canoas a una isla donde habitaban ciento veintisiete nativos hospitalarios. Poco después, un barco de la marina francesa, el Tamara, rescató a los aventureros noruegos, para finalmente llevarlos a Tahití. Antes de despedirse, los nativos bautizaron a Thor Heyerdahl con el nombre de Varoa Tikaroa, y a todos sus compañeros de viaje les pusieron también nombres de los héroes que, según sus leyendas, fueron los primeros en llegar a estas islas. Esos nativos eran los descendientes de Maui Tiki Tiki, quien vino a las islas Polinesias por el mar desde una lejana tierra ubicada donde se levanta el sol en la mañana.
Luego de sobrevivir a semejante aventura, Thor Heyerdahl editó sus filmaciones del viaje, produciendo un documental que ganó un Oscar de la Academia en 1951. Antes, publicó en 1948 el excelente libro titulado: La expedición de Kon-Tiki, una verdadera joya de la narrativa de aventuras. Heyerdahl y sus expedicionarios, lograron demostrar su teoría que las antiguas embarcaciones peruanas poseían las cualidades necesarias para llegar a las islas polinesias. Demostró que en el viaje no faltaban agua ni comida, pues la lluvia y la pesca bastaban. El único problema para los antiguos peruanos era la resistencia de la balsa y la pericia para orientarse. Sin embargo, la Kon-Tiki demostró ser lo suficientemente resistente, y que la corriente arrastraba a las embarcaciones directamente a la Polinesia.
59 años después, el 28 de abril de 2006, la balsa Tangaroa partió del puerto del Callao con el propósito de llegar a Tahití. Esta balsa era más grande que la Kon-Tiki, pero se construyó con los métodos ancestrales que había empleado Heyerdahl y permitió comprobar el uso de las guaras, que en combinación a la vela tejida de algodón, permitían navegar contra el viento y virar en redondo. Se usaban seis guaras, a veces hasta nueve y cada guara era un tablón que se sumergía desde la cubierta, en el mismo sentido que los troncos, y funcionaban como un timón. Según su ubicación eran anteriores o delanteras, medias o centrales, y posteriores o traseras. La tripulación estaba capitaneada por Bjarne Krekvik, y uno de los pasajeros era Olaf Heyerdahl, nieto de Thor. También viajó un peruano, Roberto Sala. La balsa Tangaroa arribó a Raroria, Tahití, el 8 de julio de 2006.
En su libro, La expedición de Kon-Tiki, Thor Heyerdahl dice: “Entonces, ya no tuve más dudas de que el Jefe-Dios blanco, Tiki, hijo del sol, a quien según las declaraciones de los Incas, sus antepasados habían arrojado del Perú hacia el Pacífico, era idéntico al Jefe-Dios blanco Tiki, hijo del sol a quién adoraban los habitantes de todas las islas del Pacífico y consideraban como el fundador original de su raza. Más aún, los detalles de la vida de Sol-Tiki en el Perú y los nombres de antiguos lugares alrededor del lago Titicaca, crecían y tomaban nueva vida en las leyendas históricas que corrían entre los nativos de las islas del Pacífico”.
Luego de reconocer las evidencias, sólo queda rendirse ante las pruebas. Los antiguos peruanos poseían la tecnología y los materiales para construir competentes embarcaciones de tamaño considerable. Y en el océano Pacífico existe una corriente natural que fluye perpetuamente desde las costas del Perú hacia las islas de la Polinesia: La Corriente Peruana o de Humboldt. Todas las teorías conocidas que proponen que los antiguos peruanos llegaron navegando a las islas del océano Pacífico, han sido reafirmadas por el autorizado historiador José Antonio Del Busto Duthurburu. Por último, si tomamos en cuenta que los hombres de mar polinesios colonizaron las islas de Hawái y mantuvieron estrecho contacto con sus habitantes, necesariamente debemos pensar que muchas de las costumbres de los antiguos peruanos llegaron a Hawái, vía la Polinesia, y entre esas costumbres estaría el arte de surcar las olas.
Los hawaianos utilizaron distintos instrumentos para navegar y correr olas. Tallando enormes troncos, fabricaron sus famosas canoas polinesias, y corrían las olas usando tablas de madera con superficies planas. Los estudios les otorgan a esos elementos náuticos polinesios, una antigüedad no mayor a los 1,000 ó 2,000 años. Por ello, el primer contacto con la sensación indescriptible de surcar una ola habría ocurrido, según los indicios, en el Antiguo Perú hace 5,000 años o quizás antes. Y posteriormente, proponemos en este libro, se difundió desde la costa de América del Sur hacia la polinesia. Esta teoría la desarrollaremos en nuestro siguiente capítulo.
CAPÍTULO UNO: LOS PESCADORES TABLISTAS
CAPÍTULO DOS: LA NAVEGACIÓN EN EL ANTIGUO PERÚ
CAPÍTULO TRES: LA VEROSÍMIL RELACIÓN PERÚ - POLINESIA
CAPÍTULO CUATRO: LA TRADICIÓN DE HAWÁI
CAPÍTULO CINCO: CARLOS DOGNY LARCO Y EL CLUB WAIKIKI (1938 - 1949)
CAPÍTULO SEIS: LOS PRIMEROS AÑOS ERAN INSTITUCIONALES (1950 - 1959)
CAPÍTULO SIETE: LA DÉCADA PRODIGIOSA (1960 - 1969)
CAPÍTULO OCHO: SER TABLISTA ES UN ESTILO DE VIDA SALUDABLE (1970 - 1979)
CAPÍTULO NUEVE: EVOLUCIONA CON TU DEPORTE (1980 - 1989)
CAPÍTULO DIEZ: EL INICIO DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA (1990 - 1999)
CAPÍTULO ONCE: EL PERÚ LÍDER DEL SURF LATINOAMERICANO (2000 - 2009)