CAPÍTULO CINCO: CARLOS DOGNY LARCO Y EL CLUB WAIKIKI (1938 - 1949)

Presentación

Hablar de la evolución del arte de correr olas en el Perú resultaría imposible sin mencionar el nombre de Carlos Enrique Dogny Larco (1909 - 1997). Este célebre atleta, hijo de Eduardo Dogny, un oficial francés de caballería que llegó a nuestro país, junto a una importante delegación, que tenía la misión de organizar el Ejército Peruano que había quedado prácticamente devastado luego de la guerra con Chile. Eduardo Dogny contrajo matrimonio con doña María Larco Herrera, la madre de nuestro querido Carlos Enrique Dogny Larco, quien llegó al mundo el 25 de julio de 1909 en el balneario de Barranco. Por el lado paterno, heredó el temple de acero y la disciplina férrea de los militares franceses, y por el lado materno, heredó la dignidad de una de las familias más ilustres de nuestro país.

 

Carlos Dogny vivió los primeros años de su infancia en el balneario de Barranco, y cursó estudios secundarios en Francia e Inglaterra, para luego seguir los estudios universitarios en Estados Unidos, donde llegó a graduarse de ingeniero agrónomo y doctor en Economía. Viajó por todo el mundo practicando todos los deportes conocidos. Se codeó con la realeza y tuvo amigos en el jet set internacional, como la bella actriz francesa Brigitte Bardot, la Reina Margarita de Dinamarca y la famosa “Reina Solitaria”, la Princesa Soraya. Esta tendencia al cosmopolitismo hizo de él un hombre sereno y equilibrado. Según sus propias palabras, consignadas en una entrevista concedida a la prensa peruana en los años sesenta: “Mi filosofía de vida reside en el equilibrio físico y mental, y en el desarrollo de una vida útil. No estoy de acuerdo con la generalidad de los hombres de negocios, o de un simple mortal, que llevan su vida de un extremo a otro, olvidándose de la necesidad de un equilibrio. Mi vida la vivo seis meses en Lima y seis meses viajando. Me gusta mucho el Oriente; pero París es mi centro de acción”.


Carlos Dogny y Albert “Rabbit” Kekai en la playa Waikiki, Hawái (1948).

 

Dogny en Hawái

En uno de sus viajes, quizá el más importante de todos, desde el punto de vista de la experiencia vital, Carlos Dogny Larco llegó a las islas Hawái, invitado a participar en una competencia de polo, deporte en el cual destacaba. Corría el año de 1936 y Carlos se encontraba trabajando en las oficinas de su tío Rafael Larco Herrera, en Nueva York. A consecuencia de la actividad minera, era necesario vender minerales y, tomando en cuenta las dotes excepcionales de Carlos Dogny como empresario, su tío Rafael lo llamó a Nueva York, donde se desempeñó trabajando en la venta de tierras y metales, e importando y exportando insumos mineros entre Lima y Nueva York.

 

Fue en aquellos días cuando la delegación francesa de polo, que se hallaba entonces de paso por la urbe neoyorquina rumbo a Hawái, lo invitó a formar parte de su equipo. Como buen hijo de un oficial de caballería, Carlos Dogny era un experto jinete, y su habilidad en el polo era reconocida alrededor del mundo (era un deporte que ya había sido incluido en las olimpiadas). Vistiendo los colores del equipo francés, Carlos Dogny llegó por primera vez a las exóticas islas de Hawái. Luego de la reñida competencia, fue llevado a su hotel en la playa Waikiki, donde se alojaba el equipo francés. Fue entonces cuando nuestro compatriota se asomó a uno de los balcones y quedó literalmente deslumbrado al ver a un grupo de isleños surcando las olas sobre sus enormes tablas de madera.

 

Podemos imaginar perfectamente las ideas que pasaron por la mente de Dogny cuando tuvo su primer contacto visual con el que sería el deporte de su vida. Ávido de emociones fuertes, Dogny no pudo dejar de sentirse poderosamente atraído por esa legión de hombres-pez que surcaban las olas como si el mar fuera su verdadero elemento. Luego de haber practicado innumerables deportes a lo largo de su vida, Dogny no pudo evitar sentir que se hallaba frente a algo completamente nuevo, una disciplina que reunía todo lo que él estaba buscando: novedad absoluta, emoción, compenetración con la naturaleza y una fuerte dosis de peligro, ingredientes de una explosiva mezcla que originaron una poderosa detonación en su interior. Entusiasmado como nunca antes, Dogny quiso informarse sobre quiénes eran esos hombres y qué era lo que estaban haciendo.

 

Las respuestas no tardaron en llegar. Esos hombres eran los “beach boys”, un grupo de nativos hawaianos expertos en las faenas marinas y se dedicaban a servir de salvavidas en los hoteles de lujo. Pero cuando tenían un pequeño tiempo libre, se deleitaban practicando el deporte ancestral de la realeza hawaiana. Cuando Dogny preguntó cómo podía hacer él para aprender a correr olas como ellos, entonces le dijeron que bajara a la orilla a esperar que los “beach boys” salieran del agua. Allí se complació viendo la majestuosa elegancia de los movimientos que eran capaces de hacer sobre las olas, y con todo el entusiasmo de sus 25 años, se prometió a sí mismo hacer todo lo posible para aprender a surcar las olas como ellos.


John Mc Mahone, Carlos Dogny y Fred Hemmings.

 

El primer contacto

Llegamos aquí a uno de los momentos más memorables de este libro. Dogny esperaba ansiosamente a que alguno de los tablistas saliera del agua para pedirle que le enseñara a hacer esas maniobras maravillosas. Fue entonces cuando, remontando una ola inmensa, uno de los nativos empezó a correr sobre las aguas con gracia y equilibrio inigualables. Se deslizó por la primera rompiente y llegó a la zona de la orilla, donde prolongó su recorrido justo hasta el lugar en donde Dogny se hallaba contemplando la escena. El nativo era inmenso, poseía un tórax descomunal y una piel bronceada que hablaba elocuentemente del intenso contacto que tenía con el mar. Dogny se le acercó y le extendió la mano, y el nativo hizo lo mismo. Era Duke Kahanamoku quien, al ver la emoción de Dogny, pudo adivinar que ese hombre de porte atlético acababa de ser tocado por la belleza espiritual del deporte de los reyes. Generoso como de costumbre, Kahanamoku se ofreció a darle a Dogny sus primeras clases de tabla.

 

A la mañana siguiente, ambos entraron al agua por la orilla espumosa de Waikiki y Dogny pudo aprender las nociones básicas del emocionante deporte. Kahanamoku notó inmediatamente que, con poco esfuerzo, Dogny podría llegar a dominar el arte de correr olas, y accedió a venderle dicha tabla, que había sido fabricada por el legendario Tom Blake. Se hicieron amigos. Unidos por la poderosa atracción de las olas, Dogny escuchaba las palabras de Duke con reverencia. Pocos días después, Duke Kahanamoku debía abandonar las islas por un compromiso impostergable, pero antes de hacerlo se preocupó de buscar a un sustituto que pudiera continuar con las clases de tabla que tan sabiamente él había impartido a su discípulo peruano. Es así como Dogny conoció a su segundo maestro, el inolvidable Albert “Rabbit” Kekai.

 

Duke Kahanamoku y Carlos Dogny se despidieron como buenos amigos y cada uno partió rumbo a su destino. De vuelta a Nueva York, Dogny se enfrascó en su trabajo, pero ya nunca pudo quitarse de la mente la idea de regresar a Hawái para seguir corriendo olas. Al año siguiente, su anhelo se hizo realidad, y junto a Rabbit Kekai, nuestro tablista pionero terminó su instrucción. Lo cierto es que, decidido a llevar el deporte de los reyes a su patria, Dogny embarcó su tabla hawaiana rumbo al Perú (estaba hecha de madera, era hueca, sin quilla, con un tapón de metal para sacarle el agua, medía más de 4 metros y pesaba 50 kilogramos) llegando a nuestra costa a bordo del barco japonés Umaru.


Izquierda: Las hawaianas Betty Heldrich y Ann Lamont posan junto a Carlos Dogny en el Outrigger Canoe Club, de Honolulu. Derecha: Carlos Dogny, Felipe Pomar y George Downing en el Club Waikiki.

 

En las olas de Miraflores

Carlos Dogny Larco empezó a correr las olas peruanas con su tabla hawaiana en el verano de 1938. Cuentan las personas que lo conocieron que Dogny recorrió todos los balnearios entonces conocidos, desde Tumbes hasta Mollendo, buscando las olas adecuadas para practicar el nuevo deporte. Inclusive lo hacía viajando a muchas playas de Sudamérica, y curiosamente, las halló a muy pocas cuadras de su casa, en el espléndido mar de Miraflores.

 

Allí abajo, al observar el mar desde el malecón y como si lo hubieran estado esperando durante siglos, vio la línea interminable de olas que baña generosamente el litoral miraflorino. Al poco tiempo, Carlos comprobó que el mar de Miraflores reunía todas las condiciones necesarias para la práctica de la tabla hawaiana: profundidad, buen oleaje y agua templada. Poco después, en una jornada legendaria, Dogny se animó a hacer sus primeras incursiones en las olas peruanas, sin saber que estaba restituyendo una tradicional destreza que tenía en nuestro país cinco mil años de antigüedad. En una entrevista concedida al diario La Crónica el domingo 16 de diciembre de 1962 Dogny confesó que: “Cansado de deambular por diversas partes del mundo buscando nuevas emociones deportivas, me encontré en la encantadora isla de Hawái, en donde la práctica de la tabla hawaiana es de carácter nacional, y más aún, aristocrática. Desde tiempos remotos este deporte era utilizado por los reyes para designar a sus generales, de acuerdo a la experiencia en el manejo de la tabla. Al verlo quedé fascinado y lo aprendí y siempre por donde viajaba procuré introducirlo, pero jamás pensé que el mar de Miraflores era el más idóneo para la práctica de este apasionante deporte, que en la actualidad tiene muchos y nuevos cultores”.

 

Cuando apareció por primera vez avanzando sobre las olas de Miraflores, el estupor se adueñó de los veraneantes: allí estaba Carlos, virtualmente “caminando sobre las aguas”, como un Mesías del siglo XX. La gente apostada en los malecones no llegaba a identificar a quién podía pertenecer la atlética figura que surcaba las olas manteniéndose armónicamente suspendido sobre su tabla. La visión era tan insólita que muchos afirmaron que se trataba “del diablo en persona”, de “un hombre de otro planeta” y hasta de “un espía japonés”. Lo cierto es que la presencia de este hombre surcando las aguas no pasó desapercibida para nadie. Las reacciones se dividieron en dos bandos: los que se espantaron ante la visión del “hombre que camina sobre las aguas” y los que se dijeron a sí mismos que eso era precisamente lo que ellos querían hacer.

 

Gracias a Dogny, aprendieron a correr tabla personajes tan entrañables como César Barrios y Enrique Prado, entre otros. Uno de ellos, el inolvidable Carlos Origgi, nos contó en una tarde de verano en el Club Terrazas que, emocionado por la visión de Dogny surcando las olas majestuosamente, no pudo con la tentación de arrojarse al agua y darle el alcance a nado. El encuentro se produjo mar adentro, y Carlos Dogny, emulando a su maestro Duke Kahanamoku, se ofreció a enseñarle a Origgi a dominar la tabla.

Los tablistas de Barranco en 1920
investigación de José Antonio Schiaffino

El escritor y fundador del Museo de Tablas Kon-Tiki, José Antonio Schiaffino, ejecutó una investigación minuciosa de los tablistas barranquinos. Antes de llegar la primera tabla hawaiana, importada al Perú por Carlos Dogny Larco, un grupo de nadadores aficionados fueron nuestros precursores en el estilo de correr olas parados.

 

Jorge Odriozola Barbe (1895 – 1981) fue un hábil nadador y boga del Club Regatas Lima y en 1920 le solicitó que le fabricara una tabla a Toribio Nitta Kisma (1876 – 1934) un inmigrante japonés y carpintero que ayudó en la construcción de los antiguos baños del distrito. El modelo no obedeció a ningún diseño del exterior, ni incluso basado en los antiguos caballitos de totora (aunque también tuvo una proa bombeada apuntando al cielo). Sin embargo, la tabla de cedro, de dos metros de largo por setenta y cinco centímetros de ancho, funcionó bien en las olas, frente a la bajada de los Baños de Barranco.

 

Junto a Odriozola, su amigo Armando Fabbri Varese también disfrutó la afición. Nuevos nombres iniciaron pronto su incorporación a este hobby, como Gustavo Berckemeyer Pazos, Luis Alfonso García-Corrochano Santillán, Alfredo Granda Pezet, Guillermo Martínez de Pinillos Castro, Alicia Otero, Carlos Tweddle Valdeavellano y otros nadadores barranquinos. La afición era por momentos prohibida, por la incomodidad y peligro que generaron a los bañistas, pero los traviesos tablistas regresaban con sus tablas algunos días después y continuaban divirtiéndose en el mar.

 

En 1930 se calcula que había 10 tablistas en Barranco. Un número pequeño, pero interesante de todas maneras por la vocación de los peruanos por dominar las olas. Aunque este hecho resulta como un paréntesis, sin influencia exterior ni interior, Schiaffino ha probado con su investigación que los primeros tablistas peruanos del siglo XX aparecieron en las olas de Barranco, antes de la influencia hawaiana traída por Dogny. Algunos de ellos incluso, continuaron con su práctica con las tablas traídas del extranjero en las décadas siguientes.


Tándem entre Carlos Dogny y Manie Rey en la playa Waikiki, Miraflores.

 

Las primeras tablas peruanas

Dogny siguió corriendo olas en Miraflores y pronto fue visto en compañía de sus primeros seguidores. El problema, a estas alturas, era que a lo largo y ancho del Perú sólo existía una tabla hawaiana con la cual practicar el novísimo deporte (la que trajera el mismo Dogny de Hawái), mientras que lenta pero inconteniblemente, la legión de tablistas empezaba a crecer. La tabla de Dogny, que puede apreciarse actualmente en el sitio de honor que los socios del Waikiki le han destinado en su club, medía 4.20 metros y pesaba entre sesenta y ochenta kilos, dependiendo de la cantidad de agua retenida en su interior. Tenía un tapón de bronce para dejar que el agua saliera y un asa del mismo material para cogerla en caso de peligro. Con ella aprendieron a correr olas personalidades tan importantes en la historia de nuestro deporte como Carlos Origgi, César Barrios y Enrique Prado, amigos personales del patriarca, quienes pronto fueron invitados por Dogny a experimentar el “nuevo” deporte en las olas de Miraflores. Entraban al mar junto a Dogny, y en el mejor de los casos, se turnaban la tabla para entrar y coger algunas olas.

 

Ante la necesidad de tener más tablas para practicar el deporte en grupo, Carlos Dogny, Alfredo Álvarez Calderón, Enrique Prado y Carlos Origgi decidieron entonces acudir al carpintero del Club Regatas Lima para construir una réplica de la única tabla entonces existente. Las puertas del taller de don Luciano Montero se abrieron para dar paso a la que fue la primera tabla hecha en el Perú. Se trataba de una copia fiel de la tabla del patriarca, y estaba hecha de caoba. Inmediatamente, Dogny y compañía llevaron la flamante tabla a la rompiente para estrenarla, pero desgraciadamente no quedaron muy satisfechos del resultado. Tanto la tabla de Dogny, como la de Luciano Montero, fabricadas con caoba, tenían problemas para aguantar el impacto contra las piedras. Esto suponía un problema grave, ya que ambas tablas sufrían graves deterioros, llenándose de quiñes y agujeros por donde el agua se filtraba irremediablemente. Sin embargo, nuestros tablistas no se sintieron desilusionados, sabían que la tabla de Montero se trataba de un primer experimento, y que sólo era cuestión de seguir ensayando hasta lograr una tabla capaz de satisfacer todas sus necesidades. El siguiente carpintero al cual acudieron fue Alejandro Montero, el hijo de Luciano, quien ensayó diferentes modelos con mayor o menor éxito. La situación se mantuvo inalterable por algún tiempo más, hasta que Hugo Parks estableció contacto con el alemán Gerhardt Schreier, quien logró fabricar las primeras tablas eficientes en su taller del Callao.

Las tablas de Schreier y Ciurlizza Maurer

A lo largo de nuestras investigaciones, oímos infinidad de veces una historia relacionada con Enrique Prado, según la cual él fue quien mandó a fabricar la primera tabla peruana en los talleres de la sociedad maderera Ciurlizza Maurer. Luego de una pesquisa en la que contamos con la invalorable ayuda de Carlos Rey y Lama, descubrimos la factura correspondiente a dicha tabla, fechada el 22 de febrero de 1941. Se trata de un “monta olas” fabricado con manzonite y caoba, armado con tornillos de bronce. El costo de su fabricación fue estipulado en la suma de 199.95 soles de oro. Para muchos, ésta habría sido la primera tabla fabricada en el Perú, pero si tomamos en cuenta los antecedentes de las tablas fabricadas por Luciano y su hijo Alejandro, y añadimos los testimonios de Hugo Parks y las constantes referencias de otros socios de la época a la célebre tabla “Molnya” construida por el maderero alemán Schreier, vemos que esta suposición queda desautorizada.

 

Según nos contó Hugo Parks, Gerhardt Schreier era el hombre encargado de fabricar y reparar las embarcaciones de los navegantes chalacos, y este antecedente fue muy importante a la hora de tomar la decisión de proponerle que fabricara una tabla. Parks conocía a Schreier pues él era quien reparaba su velero “Odissey”, con el que llegó a ser campeón en las competencias de veleros lightning entre 1940 y 1943. En esos días, Schreier era considerado el mejor carpintero naval del Callao, lo que equivale a decir que era el mejor del Perú. Es así como, en 1946 Schreier fabricó una tabla con partes de pino de Oregon y partes de triplay marino que resistía los encontronazos con la orilla de piedra gracias a su flexibilidad. El éxito de la tabla de Schreier fue inmediato, y Parks la bautizó con el singular apelativo de “Molnya”, en honor al Mariscal Rokhossovski, héroe de Stalingrado cuyo nombre en ruso significa “Rayo”. Luego de probarla en el agua, los jóvenes tablistas concluyeron que la tabla funcionaba a la perfección, y para someterla a una prueba de fuego, el propio Carlos Dogny invitó a dos coristas del “Urca”, que era entonces el más famoso cabaret de Copacabana, para hacer una demostración pública de tándem en la playa de Miraflores. Ambas señoritas medían 1.88 metros de altura, pero las tres personas pudieron correr dos o tres olas pequeñas para deleite de los bañistas y de un camarógrafo de un noticiero local que transmitió su filmación en las salas de cine de la época.


Izquierda: Carlos ‘Calichín’ Tweddle, junto a sus nietos, Edmundo y Fernando D’Angelo Tweddle, muestra la tabla fabricada por Toribio Nitta en 1924. Playa 1 del Club Regatas Lima, 1968. Derecha: Armando Fabbri corre olas en las playas de Barranco, 1924.

 

El éxito de la tabla “Molnya” fue tal, que los muchachotes miraflorinos abrumaron a Schreier con sus pedidos de fabricación, por lo que el alemán estuvo un buen tiempo ocupado en la producción de estas tablas legendarias. Pronto, Carlos Dogny, Carlos Origgi, César Barrios, Enrique Prado y Alfonso Pardo, tuvieron tablas semejantes a la de Hugo Parks: el primer equipo de tabla peruano acababa de nacer.

 

Las tablas “Molnya”, en todo caso, contaban con muchas ventajas en comparación con la primigenia tabla de Dogny, ya que pesaban apenas 33 kilos y no absorbían agua. Según el valioso testimonio de Hugo Parks: “todos los muchachos me felicitaron por el acierto de haber encontrado tan oportuna solución al grave problema del peso y falta de estanquidad de las tablas chorrillanas, que obligaban a constante achique. Mi tabla no fue achicada más de una vez durante su primer año de uso, registrando hasta el fin de ese año el mismo peso de 33 kilos”. Y lo más importante era que la imagen del “hombre que caminaba sobre las olas” se había multiplicado. Ya no era Carlos Dogny Larco el único que se deleitaba surcando las generosas olas miraflorinas, sino que eran ahora un grupo de amigos que compartían una misma pasión.

La fundación del Club Waikiki

Todo iba viento en popa, para utilizar una expresión marina, y cada vez eran más los muchachos que se interesaban en el nuevo deporte. A principios de 1940 la pequeña legión de tablistas contaba en sus filas más de una decena de miembros, y las escenas de mar, salpicadas con sabrosas anécdotas, han quedado grabadas con fuego en la memoria de nuestros pioneros. En aquellos días, no existían los prolongados espigones que contienen el salvaje oleaje miraflorino, y las olas reventaban 500 metros mar adentro, llegando a alcanzar una altura de dos metros y medio y, según algunos, de hasta tres metros en los días de mar tormentoso. Por otro lado, los tablistas de entonces no usaban nada que se pareciera a una pita, accesorio que, tomando en cuenta el peso descomunal de sus tablas, habría resultado más peligroso que benéfico. Es por ello que, cada vez que un tablista se caía de una ola, era prácticamente irremediable que su tabla fuera arrastrada por las olas hasta la orilla, dejando a veces a los tablistas a merced del oleaje enfurecido, y para el resto, esquivar la tabla que venía hacia ellos sin control. Esa es quizá la principal razón por la cual nuestros primeros tablistas eran, sin excepción, grandes nadadores capaces de nadar distancias impresionantes.

 

Todo iba viento en popa, repito, hasta que llegó el terremoto de 1940. Las instalaciones de los Baños de Miraflores sufrieron los estragos del sismo y los jóvenes tablistas se vieron en la necesidad de contar con su propio local. Al principio, alquilaron los tres últimos cuartos de los baños municipales de Miraflores, que fueron debidamente limpiados y acondicionados para el club que se estaba formando. Desde principios de los cuarenta, los amigos de Dogny habían conseguido un permiso de la municipalidad para guardar sus tablas en un pequeño apartado de los baños de Miraflores. La idea de cargar las enormes y pesadas tablas hasta la ciudad y repetir el viaje cada día para poder correr olas estaba más allá de sus posibilidades, y así, gracias al apoyo del municipio miraflorino, los pioneros de nuestro deporte podían contar con un pequeño espacio para guardarlas.

 

Sobre esa pequeña área, se edificaría posteriormente el legendario Club Waikiki, bajo la iniciativa de Carlos Dogny Larco, que entonces era el concejal miraflorino encargado del área de deportes, secundado por César Barrios Canevaro, Carlos Origgi Camagli, Enrique Prado Heudebert, Hugo Parks Gallagher, los hermanos Alberto y Alfredo Álvarez Calderón Wells, Alfonso Pardo Vargas y Jorge Helguero Aramburú. Gracias al apoyo de Carlos Alzamora, alcalde de Miraflores en esos días, nuestros pioneros consiguieron el permiso para edificar un pequeño local frente a las olas de Miraflores. Puede decirse, sin lugar a dudas, que el Club Waikiki tuvo dos padres: Carlos Dogny y César Barrios. Con la fundación del Club Waikiki, nuestros tablistas tuvieron un hogar donde reunirse antes y después de embarcarse en las amenas e inolvidables incursiones, en las generosas olas de Miraflores.

 

Poco a poco, las playas del entorno cercano al Club Waikiki empezaron a ser bautizadas con nombres vinculados al deporte. La playa de Makaha y, posteriormente, Redondo, emulaban respectivamente a dos célebres rompientes de Hawái y California. Los socios más antiguos recuerdan con cariño entrañable los primeros días de su amado club. En esos días no existía la carretera que une las diversas orillas del circuito de playas actual, y las olas venían a morir directamente en la orilla que correspondía al club. Bastaba dar unos pasos, para entrar en contacto con el mar y el sitio, aunque modesto en sus principios, fue un verdadero paraíso para nuestros primeros cultores de la tabla.

 

Esta fecha memorable, el 7 de diciembre de 1942, puede considerarse como la partida de nacimiento de la tabla peruana, ya que gracias a las instalaciones ubicadas frente al mar, el pequeño grupo de tablistas propició que nuestro amado deporte se desarrollara a niveles increíbles. A esta generación de tablistas, los pioneros del deporte, les corresponde el orgullo de haber sido los primeros en correr con tablas de estilo hawaiano las largas y generosas olas del mar miraflorino, propiciando que nuevos adeptos pasaran a aumentar las filas de los tablistas peruanos. Ahora bien, el estilo que ellos desarrollaron distaba todavía mucho de las maniobras que hoy en día pueden hacerse sobre las modernas tablas, sin embargo, puede apreciarse en las fotos que incluimos en este capítulo, la manera festiva que nuestros pioneros tenían de agarrar los “tumbos” y correrlos gallardamente, adoptando posturas majestuosas y a veces insólitas.

 

Por aquellos años, cuando uno bajaba a la playa miraflorina, quedaba sorprendido ante el original espectáculo que ofrecían los atléticos deportistas, deslizándose vertiginosamente, sin más apoyo que su destreza, arrojo y equilibrio sobre una tabla hawaiana. Carlos Dogny Larco, por ejemplo, había patentado un estilo personalísimo de correr las olas, y destacaba siempre entre sus condiscípulos, con maniobras tan arriesgadas como correr olas parado de cabeza o en tándem, transportando sobre sus poderosos hombros las esbeltas siluetas de bellas mujeres. Días inolvidables, sin duda alguna, son los que vivieron los muchachotes del Club Waikiki. Días que hemos querido rescatar para la posteridad para que el legado de nuestros abuelos no se pierda. Para que la valentía con que se atrevieron a desafiar las olas nos inspire a ser cada vez mejores en nuestro amado deporte.


Baños de Miraflores, proyectados por el arquitecto Héctor Velarde entre 1934 y 1935.

 

Las olas de antaño

Es interesante apuntar que el aspecto del mar de Miraflores en los años cuarenta era completamente distinto al que luce hoy en día. Para empezar, no existía la carretera del circuito de playas que une a las diferentes rompientes. Tampoco existían los rompeolas que fueron expresamente fabricados para atenuar la fuerza de las olas, lo cual explica que, en aquellos años clásicos, las olas reventaran mar adentro (a medio kilómetro de la orilla) y que fueran mucho más grandes que ahora (una buena sesión podía ofrecer olas que alcanzaban hasta los tres metros de altura). Si uno no toma en cuenta esto, difícilmente podrá imaginar lo emocionantes que eran las incursiones de nuestros primeros tablistas en las aguas miraflorinas. El desarrollo de la tabla avanzó experimentando a continuación, en la década de los cincuenta, una serie de innovaciones a nivel organizativo, que ampliarían su evolución notablemente.