CAPÍTULO OCHO: SER TABLISTA ES UN ESTILO DE VIDA SALUDABLE (1970 - 1979)

Presentación

Luego del tremendo impulso que significó para la tabla en el Perú, el campeonato mundial obtenido por Felipe Pomar Rospigliosi y la fundación de la federación internacional de tabla por parte de Eduardo Arena Costa, nuestros tablistas ingresaron a la década de los setenta con un prestigio mundial indiscutible. El descubrimiento de playas desatado en los sesenta, continuaría en la década siguiente, en la que se hallaron rompientes tan clásicas como Máncora y Cabo Blanco. Alrededor del mundo, la tabla se preparaba para experimentar una serie excepcional de cambios que serían protagonizados por la aparición de la pita, el wetsuit y la disminución del tamaño y peso de las tablas.

 

En Lima, la construcción de la Vía Expresa tuvo como consecuencia la cimentación del circuito de playas de la Costa Verde. Reforma que alteró considerablemente el paisaje de la costa capitalina. Con nuevas tablas, nuevas herramientas y con el prestigio de pertenecer a una de las potencias mundiales del deporte acuático, los tablistas peruanos disfrutaron la década de los setenta como si fuera una ola maravillosa y corrieron en ella a lo largo de diez inolvidables años.

El cuarto campeonato mundial ISF: Australia 1970

Eduardo Arena seguía al mando de la federación internacional de tabla y convocó a los mejores tablistas del mundo a reunirse en la isla-continente de Oceanía, para celebrar el cuarto torneo de carácter mundial en el mes de abril de 1970. Logró convocar a los mejores tablistas de Hawái, Australia, California, Puerto Rico, Barbados, Nueva Zelanda, Japón, México, Sudáfrica, Venezuela, Panamá, Ecuador, Brasil, Argentina, Uruguay, Inglaterra, India y, por supuesto, Perú. Semejante constelación de países basta para darnos una idea de cómo la tabla se estaba expandiendo a pasos agigantados alrededor del mundo. Como parte del entrenamiento del equipo peruano, en marzo de 1970 se organizó un campeonato internacional en el Perú, que contó con tablistas hawaianos de la talla de Joey Cabell, Peter Balding, George Downing, Jimmy Blears y Paul Strauch. Este campeonato se celebró en Pasamayo, Punta Rocas y Waikiki. El vencedor fue Joey Cabell, quien se impuso apretadamente sobre el Gordo Barreda y George Downing.


Arriba, de izquierda a derecha: Carlos Barreda, Fernando Ortiz de Zevallos, Sergio Barreda, Héctor Velarde, Augusto Villarán y Oscar Malpartida.

 

Luego del tímido oleaje en el que transcurrieron los campeonatos mundiales de California en 1966 y Puerto Rico en 1968, los mejores exponentes de la tabla mundial se presentaron en las aguas de Bells Beach y Margaret River, en la Australia Occidental, equipados con tablas pequeñas. La corriente de diseño que revolucionaría las tablas y los estilos de correr olas había empezado, y los diferentes shapers del mundo se dedicaron a fabricar tablas cada vez más pequeñas y livianas, con las cuales era posible trazar maniobras muy vistosas en olas de mediano tamaño. Las olas de Australia, sin embargo, se manifestaron en toda su grandeza, azotando las orillas como enormes montañas de agua en las que las tablas pequeñas no tenían muchas oportunidades. Según las palabras del Gordo Barreda “los tablistas se fueron al extremo, a tal punto que quien ganó el campeonato mundial de Australia fue Rolf Arness, quien precisamente tenía la tabla más grande del torneo”. El californiano se impuso fácilmente gracias a la estabilidad de su tabla, que medía 7´2”.

 

Los peruanos seleccionados fueron los siguientes: Sergio Barreda, que para entonces contaba con tres campeonatos nacionales consecutivos 1968, 1969 y 1970, había quedado octavo en el Duke Kahanamoku de 1969 y segundo en el internacional disputado en México ese mismo año; Óscar Malpartida, subcampeón nacional en 1969 y 1970, tercero en el campeonato internacional de Pasamayo en 1970; Carlos Barreda, subcampeón en el José Duany de 1970, y finalista en las pruebas de Pasamayo y Punta Rocas en el campeonato internacional del mismo año; Fernando Ortiz de Zevallos, miembro del equipo peruano en el mundial de Puerto Rico 1968 que acababa de entrenar ocho meses en Hawái junto al Gordo Barreda y el Chino Malpartida; Augusto Villarán, tercero en el José Duany de 1970 y tercero en el campeonato nacional del mismo año. Junto a ellos, fueron designados cinco suplentes: Edmundo Arias, Fernando Awapara, Rafael Hanza, Alejandro Rey de Castro e Iván Sardá. El campeonato mundial de Australia fue un éxito rotundo, como todos los que organizara Eduardo Arena Costa. Como ya era costumbre, se barajaron las posibles locaciones para organizar el siguiente torneo mundial, a celebrarse en 1972, y se decidió repetir la experiencia de 1966 llevando el campeonato mundial a California.


Salvador “Tato” Gubbins en La Herradura.

 

La aparición de la pita y el wetsuit

El Perú fue probablemente el primer país en donde se experimentó con la posibilidad de correr olas con pita. Fortunato Quesada Lagarrigue, apodado cariñosamente por sus contemporáneos como “El Técnico”, se hizo famoso a fines de los años cincuenta por aplicar una soguilla a su tabla, para no perderla y tener que nadar hasta la playa. El mismo Fortunato cuenta que no faltaron personas que lo tildaran de loco, pero lo cierto es que nuestro tablista estaba a la vanguardia en lo que a tabla se refiere, porque unos años más tarde casi todas las tablas del mundo ya presentaban un diseño que llevaba una pita incluida.

 

La pita cambió radicalmente el panorama de la tabla mundial. Al punto que se puede hablar sin mayores problemas de dos grandes etapas en la historia del arte moderno de correr olas: antes y después de la pita. Para que nuestros lectores se den una idea, enumeraremos los problemas que tenían que enfrentar los tablistas que corrieron sin pita, para luego compararlos con la facilidad de la que gozaron los tablistas que, a partir de los años setenta, empezaron a correr con pita.

 

Entre 1938, año en que llegó la tabla hawaiana de Dogny, y 1969, los tablistas corrían varios peligros, a saber: quedar expuestos al oleaje mientras la tabla era arrastrada cientos de metros; ellos mismos corrían el peligro de terminar estrellados contra las rocas o de perecer ahogados cuando la tabla los abandonaba; una tabla suelta, sacudida a merced de las olas, siempre representaba un peligro para los tablistas que se hallaban ingresando a las playas. El hecho de no contar con la pita hizo que durante muchos años se retrasara la posibilidad de inaugurar varias rompientes, como las de Punta Rocas y La Herradura, ya que de perder tu tabla, esta terminaba inevitablemente despedazándose contra las rocas. Al no contar con la pita, los tablistas estaban obligados a calcular sus riesgos, desarrollando estilos muy conservadores en cuanto a sus maniobras. Muchas veces, en su afán por no perder las tablas, los tablistas se aferraban a ellas, siendo arrastrados por las olas decenas de metros, con la posibilidad de estrellarse contra las rocas.

 

Con la llegada de la pita, los tablistas pudieron enfrentarse a playas que hasta entonces no habían sido tocadas, ya que desaparecía el riesgo de quedar a merced de las olas o que las tablas terminaran despedazándose contra las rocas de la orilla. Por otro lado, la pita facilitaba la ejecución de maniobras cada vez más radicales, ya que si uno intentaba hacer un roller y no le resultaba, siempre quedaba el consuelo de tener la tabla a la mano para repetir la maniobra una y otra vez, hasta llegar al punto de dominarla a la perfección. Gracias a la pita, el estilo de correr olas evolucionó notablemente, generando la aparición de una generación de tablistas más arriesgados y radicales, que confiados en la funcionalidad de las pitas, dieron nacimiento a una serie de maniobras espectaculares.

 

Por otro lado, y según muchos tablistas veteranos, la aparición de la pita trajo consigo ciertas desventajas. Antes, por ejemplo, sólo los que estaban seguros de su habilidad se atrevían a retar las olas de playas tan peligrosas como La Herradura y Punta Rocas, lo cual garantizaba que una sesión en estas playas siempre fuera protagonizada por un puñado de expertos. Con el surgimiento de la pita, las rompientes más arriesgadas fueron virtualmente invadidas por legiones de tablistas que no tenían mayores reparos en arrojarse a las olas temerariamente, dificultando el desempeño de los tablistas más hábiles. Con la aparición de la pita, finalmente, se perdió para siempre una de las principales motivaciones de la tabla, a saber, la responsabilidad de correr una ola haciendo todo lo que fuera posible y necesario para no perder la tabla. Desde que apareció en las costas del mundo, la pita no hizo otra cosa que evolucionar para hacerse cada vez más cómoda y efectiva.

 

En el año 1972, Ricardo Bouroncle viajó, como integrante del equipo peruano, al campeonato mundial que se hizo en San Diego. Allí conoció a Jack O´Neill, quién ideó el wetsuit para tablistas en el año 1952, y conversaron sobre la posibilidad de fabricar los wetsuits O´Neill en el Perú. Al regresar al Perú, Ricardo se asocia con Fernando Ortiz De Zevallos y luego de meditarlo, ellos deciden empezar la producción de los wetsuits con una marca propia creada por la combinación de sus apellidos paternos: BOZ. El material de neopreno se lo compraban a Jack O´Neill en esos primeros años y después entró al negocio Enrique, reemplazando en la sociedad Bouroncle - Ortiz De Zevallos a su hermano Fernan.

 

En esa época en nuestro país los productos importados eran muy caros o difíciles de conseguir. Por eso se tomó la decisión de fabricar los wetsuits en el Perú, para ponerlos al alcance de mucha gente y de esa manera ayudar al desarrollo de la tabla en el Perú. El mar peruano se caracteriza por tener una temperatura fría, entonces esta iniciativa empresarial ha sido valiosa y trascendental en la historia de la tabla peruana, por permitir su práctica durante todo el año, en cualquier estación. Las heroicas sesiones invernales que hicieron los primeros tablistas peruanos en las décadas anteriores quedaron atrás.


Participantes del Campeonato Internacional del Club Waikiki, 1970.

 

Los campeonatos internacionales

El liderazgo de Eduardo Arena Costa que se materializó organizando los cinco primeros campeonatos mundiales oficiales, estuvo flanqueado también por la organización de los campeonatos internacionales en nuestras playas desde el año 1956. José Antonio Schiaffino recuerda que en el campeonato internacional del Perú de 1970, Joey Cabell obtuvo una suculenta bolsa de mil dólares por conseguir el primer puesto. Pronto los otros países que organizaban campeonatos internacionales también comenzaron a ofrecer una suculenta bolsa de dinero y así Jeff Hakman gana los 500 dólares reservados para el ganador del primer Pipeline Masters en 1971 y luego, el prodigioso Gerry Lopez vence consecutivamente en ese extraordinario evento en 1972 y 1973.

 

Con este paso fundamental, se emprendió un nuevo impulso en el desarrollo comercial de la tabla mundial. Los campeonatos profesionales de tabla se hicieron más interesantes y famosos. Luego evolucionaron hasta formar el circuito mundial profesional en 1976, que lo ganó en su primer año el australiano Peter Townend. Allí los tablistas recorren el mundo para competir en varias playas para ganar los suculentos premios en dinero y son auspiciados por las marcas. Este paso del marketing deportivo fue fundamental en la futura evolución de la tabla mundial, y acreditamos en nuestro libro, que el Perú también contribuyó en ese periodo con sus eventos internacionales profesionales.

La visita de Gerry Lopez

Con vistas al mundial de 1972, los peruanos organizaron campeonatos internacionales y nacionales para prepararse. Durante el campeonato nacional, celebrado como de costumbre en Punta Rocas, la sorpresa la dio Fernando Awapara, un joven tablista del Club Terrazas que se impuso limpiamente sobre Carlos Barreda y Óscar Malpartida a fines de 1971. El 7 de febrero del año siguiente, Carlos Barreda se impuso notablemente en el José Duany, disputado como siempre en La Pampilla. Según las notas de prensa de la época, el Flaco Barreda literalmente aplastó a sus rivales, sobre todo en la segunda semifinal, cuando corrió una ola a una velocidad fantástica, provocando aplausos entre los numerosos asistentes. Curiosamente, el segundo lugar fue ocupado por Sergio Barreda, seguido por Ricardo Bouroncle, Augusto Villarán y Edmundo Arias. En el mismo mes de febrero de 1972, volvió a disputarse un campeonato internacional en nuestras costas, torneo que contó con la participación de los australianos Stephen Pike y Peter Drouyn, el californiano Harold Holley y los hawaianos Jeff Hakman, John Lindstrom, Brand Mac Caull, George Downing y su hijo Keone Downing, además del fenomenal Gerry Lopez.

 

Con sólo mencionar el nombre de Gerry Lopez, bastará para que nuestros lectores se den una idea del magnífico nivel competitivo que alcanzaron nuestros campeonatos internacionales. Estamos hablando, y esto lo saben los tablistas de todas las generaciones, de uno de los talentos más brillantes en la historia de la tabla mundial. Gerry Lopez fue durante las décadas de los setenta y los ochenta el amo absoluto de Pipeline, una de las olas más perfectas y peligrosas del mundo. La visita de Lopez, desde todo punto de vista, habla claramente del enorme interés que el Perú representaba como destino tablístico, y el hecho de que haya venido a competir con nuestros tablistas, habla elocuentemente del respeto que se les tenía en el mundo entero. Fueron varias las competencias que se disputaron para decidir quién sería el campeón internacional 1972, y una de las más inolvidables fue la actuación que Gerry Lopez esbozó en La Pampilla, cuando se hizo dueño absoluto del torneo de ola chica. Sin embargo, y para orgullo de nuestros tablistas, el Gordo Barreda se impuso brillantemente a los astros de la tabla mundial en Punta Rocas durante el decisivo torneo de ola grande, quedando segundo Jeff Hakman, tercero Peter Drouyn y cuarto Gerry Lopez.


Arriba: finalistas del torneo José Duany 1976. Izquierda: La súper serie final en 1982, de izquierda a derecha, Mario Chocano, Patrick Van Ginhoven, Carlos Espejo, el organizador José Whilar (arrodillado), Milton Whilar, Luis Fernando Gómez De La Torre, Juan Manuel Zegarra, Bruno Justo (de espaldas), Ricky Labarthe y César Aspillaga.

 

El quinto campeonato mundial ISF: San Diego 1972

El Gordo Barreda fue uno de los representantes peruanos en el torneo que agrupó a nada menos que 17 naciones. Las olas no presentaron buenas condiciones y los peruanos, en su mayor parte, especialistas en ola grande, se vieron en dificultades para lograr buenas posiciones, pero Óscar Malpartida logró la hazaña de coronarse campeón mundial en la remada de 2,000 metros. Sólo el Gordo Barreda logró clasificar a la serie final junto a los hawaianos Jim Blears, Reno Abellira y Keone Downing, además de los australianos Peter Townend y Colin Smith, y el californiano David Bolcerzak. El trofeo de Eduardo Arena Costa, que desde 1965 fue adjudicado a los diferentes campeones mundiales ISF, cayó en manos del hawaiano Jimmy Blears, quien lo recibió en nombre del The Outrigger Canoe Club.

 

Y aquí nos toca abordar un aspecto delicado en la historia de la tabla moderna. El hawaiano George Downing, que había venido en 1954 para instruir a nuestros tablistas en el manejo de las olas grandes, por razones aún desconocidas, se apropia del trofeo perpetuo donado por el peruano Eduardo Arena Costa (Eduardo Arena Perpetual World Surfing Trophy) que fue ganado en este mundial por Jim Blears de Hawái. Es posible que el trofeo, que lleva los nombres de Felipe Pomar, Nat Young, Fred Hemmings, Rolf Arness y Jim Blears, aún esté guardado en la casa de George Downing, quien nunca ha proporcionado explicación alguna al respecto.

 

El campeonato mundial de 1972 tuvo varios incidentes desafortunados, debido a que el país anfitrión no logró conseguir el presupuesto necesario y por ello no acudieron a esta competencia mundial las estrellas de la tabla de ese momento como Midget Farrelly, Felipe Pomar, Nat Young y Fred Hemmings. En mujeres, Margo Godfrey tampoco asistió. Cinco semanas antes del inicio del torneo, el país organizador anunció que no tenía los fondos necesarios y amenazaron con cancelarlo. Se desató una crisis y sucedieron hechos muy lamentables en San Diego. Algunos competidores malhumorados hicieron estragos en un hotel y un auto prestado por una empresa patrocinadora fue robado.

 

Eduardo Arena Costa tuvo que enfrentar la grave situación y logró salvaguardar la competencia. Fue el último campeonato mundial organizado por la International Surfing Federation (ISF), porque Eduardo renunció a la presidencia al concluir el año y nadie lo reemplazó. Posteriormente se crea la International Surfing Association (ISA), liderada por el sudafricano Basil Lomberg, quien vino a Lima para afiliarnos en 1977. Por razones políticas de rechazar el “apartheid” de Sudáfrica, Luis Anavitarte Condemarín, el presidente de la Comisión Nacional de Tabla en ese momento, no aceptó el ofrecimiento. En 1978 se organiza nuevamente una competencia mundial de tabla entre naciones en Sudáfrica, pero el Perú no compite en los mundiales de 1978, 1980 y 1982. Es muy importante añadir que en ese periodo, desde el año 1976, se inicia el circuito de las competencias profesionales que fueron una inflexible competencia para lograr la organización y difusión de los campeonatos mundiales amateur de naciones. Porque las empresas, los medios, los mejores tablistas del mundo y los aficionados, apreciaban más los espectaculares certámenes profesionales.


De izquierda a derecha: Luis Arguedas, Oscar Malpartida, Sergio Barreda, Carlos Barreda, Fernando Awapara y Fernando Ortiz de Zevallos (1972). Derecha: Avenida La Costanera a inicios de la década de 1970, cuando el desarrollo urbano del litoral no había comenzado.

 

La construcción de la Costa Verde

Uno de los aspectos más importantes y polémicos de los años setenta fue la construcción del circuito de playas Costa Verde. Cuando el alcalde Luis Bedoya Reyes emprendió la construcción de la Vía Expresa, se decidió que todas las toneladas de tierra excavadas a lo largo de la ciudad capital fueran llevadas y amontonadas en los acantilados de Lima, para ganarle terreno al mar y formar una costa artificial. Durante meses, camionadas y camionadas de desmonte fueron trasladadas, bajando por la quebrada de Armendáriz, rumbo al Club Regatas, formando una vasta explanada que más tarde sería llamada con el nombre de Costa Verde. La millonaria inversión, fue continuada por el alcalde Eduardo Dibós, quien se encargó del tramo Armendáriz - La Pampilla, cambiando por completo la faz de nuestra costa limeña. Anteriormente, sólo existían seis balnearios de norte a sur: Cantolao, Magdalena, Miraflores, Barranco, Chorrillos y La Herradura.

 

Hasta la década de los sesenta, los bañistas utilizaban diferentes vías para llegar a cada uno de estos destinos. Los waikikianos, por ejemplo, recuerdan que para llegar a La Pampilla debían embarcarse en largas y peligrosas remadas, y corrían las excelentes olas de esta rompiente, en cuya orilla se veían cuevas amenazadoras e inaccesibles. Lo mismo sucedía para llegar a Redondo, y ya hemos contado, en un capítulo anterior, la sorpresa que se llevó Rafael Berenguel cuando tomó una ola tan grande en el Regatas, que lo llevó a lo largo de la bahía de Chorrillos hasta desembocar en las aguas de los Baños de Barranco, donde conoció a los entusiastas tablistas del Topanga. Antes de la construcción de la Costa Verde, Chorrillos contaba con sus propias playas; La Herradura, Regatas, Agua Dulce, Ala Moana y Triángulo; mientras que Barranco contaba con Barranquito, Las Conchitas y Los Pavos; Miraflores disfrutaba de las olas de Redondo, Makaha, Waikiki y La Pampilla; y el Callao contaba con las aguas de Cantolao. Pero con la decisión de unirlas mediante una red vial, una considerable serie de cambios alteraron para siempre la faz del litoral limeño.


Oscar Malpartida captado en Santa Rosa durante la serie final de la competencia nacional de 1978.

 

Para empezar, el desmonte acumulado frente a las playas perjudicó notablemente el fondo marino, modificando las olas para siempre. Además, para contener la furia marina, los ingenieros municipales se vieron obligados a construir enormes rompeolas, los mismos que ahora pueden verse a lo largo de la Costa Verde. Estos rompeolas tenían, como su nombre lo indica, la misión de contrarrestar el embate de las olas que naturalmente llegaban a las orillas, de modo que las explanadas artificiales no se vieran afectadas por el oleaje. En pocas palabras, lo que se buscaba era domesticar el mar para construir una carretera que uniera todas las playas. Antes, cuando no había espigones ni carretera, las olas reventaban mar adentro, y tenían, sin exagerar, el doble del tamaño que hoy exhiben. Waikiki fue una playa famosa, en donde se podían atrapar olas de hasta tres metros de altura y correr una extensión aproximada de medio kilómetro. ¿Se imaginan lo que era entonces La Pampilla antes? Incluso en el Regatas, según los testimonios que hemos recogido, reventaba una ola espectacular, de casi dos metros y medio de altura y perfectamente tubular, larga como las olas de Bermejo. Triángulo, cuando el mar se ponía grande, era una rompiente de ensueño, y Barranquito fue durante años la cuna de varios de nuestros mejores tablistas. Las reventazones de Makaha y Barranquito, situadas mar adentro, ofrecían al tablista emociones extremas, y Makaha, tenía una excelente sección tubular.

 

¿Qué ha quedado ahora de todo eso? Barranquito ya no satisface a nadie, La Pampilla no es ni siquiera el pálido reflejo de lo que alguna vez fue; y tendríamos que esperar un tsunami para atrapar en Waikiki una ola de dos metros. Los tiempos anteriores a la Costa Verde fueron muy diferentes a los nuestros, y es preciso que nuestros lectores lo sepan para que se den una idea de lo que alguna vez tuvimos y hoy es sólo un recuerdo. Es preciso que lo sepan para que entiendan por qué el Gordo y el Flaco Barreda, al igual que decenas de tablistas de los años sesenta y principios de los setenta, se pasaban horas de horas metidos en el agua, disfrutando de olas de una calidad muy superior a la actualidad. Los waikikianos recuerdan con nostalgia que las olas del mar morían en la base de su club, y que bastaba caminar unos pasos para entrar en contacto con el océano, sin correr el peligro de ser atropellados por los innumerables automóviles que hoy cruzan frente al legendario club. Pero así es la vida, no hay nada capaz de detener ese cambio, y ahora disfrutamos de una carretera que nos lleva desde Chorrillos hasta San Miguel (y se planea unirla hasta el distrito de La Punta).


Carlos “Trafa” Mujica en la segunda sección de La Herradura.

 

La Herradura en los setenta

Gracias a la pita, el wetsuit, las nuevas tablas y la organización de competencias en esta playa, La Herradura se convirtió en el punto de reunión para nuestros valientes tablistas. En el inicio de esta década, era aún la época en que se corría sin pita y solamente se entraba a La Herradura cuando el mar estaba grande y se corría en la tercera sección, para evitar que la tabla se vaya a las cuevas, nos contó Herbert Fiedler.

 

Yo todavía recuerdo, cuando estaba en primero de media, allá en 1979, que César Aspíllaga desaparecía durante una semana entera, para reaparecer completamente bronceado y absolutamente feliz una mañana cualquiera. “Señor Aspíllaga, ¿por qué ha faltado usted a clases?”, preguntaba invariablemente el profesor, y César simplemente respondía: “Profe, lo siento, es que el mar creció y La Herradura estuvo reventando toda la semana”. Estoy seguro de que nadie le podrá decir a César que perdía su tiempo, al contrario, gracias a esas ausencias clandestinas se convirtió en uno de los mejores tablistas de La Herradura, y seguramente, pasó allí los mejores momentos de su vida.

 

“Guayo” y “Tato” Gubbins, Herbert Fiedler, Óscar “Chino” Malpartida, Raúl “Patero” Calle, Raúl Henrici, Erick Sardá, Raúl “Wantan” Risso, Dennis Gonzales, Carlos y José Mujica, Richard Malachowski, Alan Sitt, “Negro” Cordero, Claudio Reyes, “Cholo” Bouroncle, Víctor “La Papa” Fernandini, Enrique Ortiz De Zevallos, Juan “Sin Miedo”, “Niko” Wilhelmi, Ricardo Kaufman, Luis “Chato” Rojas, Edwin Euler, Alex Succar y sus hermanos, Bruno Justo, Pierre Rodrigo, “Chato” Aspíllaga y Mario Chocano, eran en la década de los setenta, los amos y señores de la poderosa rompiente chorrillana.

 

Cada vez que el mar crecía, los mejores tablistas de nuestro medio dejaban de lado todos sus compromisos laborales, sociales y familiares para reencontrarse allí, remando codo a codo, rumbo a la reventazón. Esperaban sentados la llegada de las enormes rachas, sentían la adrenalina fluir por sus cuerpos mientras las primeras olas detonaban contra las rocas, levantando columnas de espuma bajo las cuales se dibujaban olas gigantescas de una perfección abrumadora. Coger una de esas olas era, al mismo tiempo, un acto de placer y una demostración de valentía. Remando hacia la orilla, nuestros tablistas eran inmediatamente succionados por el tremendo poder de las olas, y luego se enfrentaban al abismo tubular que se abría bajo sus ojos; inmediatamente, tenían que pararse y cortar la ola, mientras ésta estallaba, en toda su furia, contra las rocas del acantilado. La ola de La Herradura, permitía a los tablistas ensayar varias maniobras, y crecía la emoción al llegar a la tercera sección, donde la ola se encrespaba, formando una pared amenazante, y se volcaba sobre sí misma formando una inmensa caverna tubular.


De izquierda a derecha: Herbert Mulanovich en Santa Rosa. Rocco Hanza, Carlos “Chalo” Espejo y Sergio “Gordo” Barreda en un campamento en Cabo Blanco. Milton Whilar en playa Señoritas. Panorámica de Playa Centinela. Sunset norteño. Víctor “La Papa” Fernandini en isla San Gallán, Paracas. Sergio Barreda, José Antonio Schiaffino y Oscar Malpartida. Miguel “Rabo” Maúrtua bajando del clásico bus maleño. Un Toyota Corona atollado en la arena en Puerto Viejo (1979).

 

Grandes tablistas de los setenta

Es necesario que recordemos con respeto los nombres de Sergio “Gordo” Barreda, Fernando Awapara, Óscar Malpartida, Fernando Ortiz De Zevallos, Juan José Miró Quesada, Salvador “Tato” Gubbins y su amigo de toda la vida, Herbert Fiedler. Todos ellos lograron ser campeones nacionales en la década setenta y “Tato” Gubbins se adjudicó tres títulos. La excelente disciplina de estos personajes, su incomparable amor al deporte y la absoluta confianza que tenían al enfrentarse al oleaje más despiadado, fue seguida por otros tablistas que, en el agua, se hicieron tan famosos como ellos. Estamos hablando de “Geneke” Rey De Castro, Herbert Mulanovich, Miguel “Mico” Tudela, Alfonso “Fonchi” Pardo, el inolvidable Ricardo “Cholo” Bouroncle y Raúl “Patero” Calle, otro de los dioses de la tabla nacional en los setenta. En la revista Surfing de noviembre 1979 publicaron un reportaje del Perú con texto y fotos de Tony Arruza, que contenía una fotografía espectacular de Jaime “Chibolo” Bryce en Pico Alto, del grupo de los habituales en esa ola, y en otra página, la imagen de Raúl Henrici en Punta Rocas. Adjunto, se incluyó el reporte de una competencia hecha en Punta Rocas, contra un joven equipo de 14 hombres y tres mujeres de la National Scholastic Surfing Association (NSSA) de los Estados Unidos.

 

Desde el año 1972, Ricardo Bouroncle y Fernando Ortiz De Zevallos, fueron los responsables de la invasión de los wetsuits BOZ en nuestras costas, gracias a los cuales nuestros tablistas pudieron disfrutar de sesiones más largas durante los gélidos inviernos. También se asomaba ya la figura de Brad Waller, quien había de convertirse en el tablista más innovador, ya que a fines de los setenta, y después, a lo largo de los ochenta, revolucionó la forma de correr olas utilizando una quilla hueca. Brad hacía muchas de las maniobras que identifican al tablista moderno.

 

En la década setenta, la fabricación de las tablas peruanas tuvo un gran apogeo, porque estaban prohibidas las importaciones y la cantidad de tablistas aumentaba. Es aún poco conocida la sorprendente historia que en este periodo se fabricaban aquí buenos blanks de poliuretano. Gonzalo Rosselló y Jaime Rosselló fabricaban el Foam Poliuretano Perú en el local de la Compañía Minera Agregados Calcáreos. Gustavo Reátegui Rosselló fabricaba sus blanks Roger Foam, para diseñar sus tablas Magus. Pero la fábrica más importante fue Clark Foam Perú, que nos contó Carlos Mujica, producía todos los años en el mes de mayo un promedio de 4,000 blanks en una gama de siete tamaños diferentes. Mujica recuerda que en 1972 les compró 1,400 blanks para hacer las tablas Mujica, que junto a las otras marcas peruanas: La Villa, Magus, Guayo y Tato Gubbins, Herbert Fiedler, Wayo Whilar y las Gordo Barreda competían en el mercado. Así aparecieron más nuevos shapers, porque surgió en esta década una nueva clase de tablista: los que se hacían sus propias tablas en algún espacio de su casa.


En sentido horario: la clásica rompiente de Máncora. Ivo Berenguel entubado en Cabo Blanco. Carlos Espejo, Sergio Barreda y Luis Miguel De La Rosa Toro en Cabo Blanco.

 

La llegada de los surfistas brasileños

A partir de 1973 una legión de tablistas brasileños llegó a nuestras costas para hacer realidad el “sueño peruano”. Nombres ya legendarios como los de Maraca, Mudinho, Fedoca y Rico de Souza llegaron a probar nuestras olas. Aunque los primeros brasileños que llegaron al Perú lo hicieron alrededor del año 1969, la fiebre brasileña se desató en 1973, cuando venir al Perú se convirtió en una especie de fenómeno nacional en el país carioca, y prácticamente no había un sólo tablista brasileño que no soñara con venir al Perú. Brasil, en aquel entonces, estaba literalmente en pañales en lo que a tabla se refiere, y los tablistas antes mencionados formaban un círculo de excepción. Junto a ellos, llegaron hornadas de tablistas inexpertos que, viendo correr al Gordo Barreda, a Tato Gubbins y a Patero Calle, aprendieron de nosotros el arte de correr olas.

 

Los gritos en portugués se hicieron cada vez más frecuentes en las rompientes peruanas, ya que la calidad de nuestras olas estaba muy por encima del oleaje tímido y desordenado de las playas que por entonces se corrían en Brasil. La amistad creada entre brasileños y peruanos data de estos días, y no se ha detenido en momento alguno. Actualmente Brasil es una potencia de la tabla mundial, pero todos los tablistas brasileños saben que, sin el contacto establecido con las playas peruanas y nuestros tablistas, esto habría sido prácticamente imposible.


Carlos Barreda en Máncora con su tabla Spider hecha con el foam de un tablón de nueve pies.

 

El descubrimiento de Máncora y Cabo Blanco

El Flaco Barreda y un grupo de amigos tuvieron la suerte de avistar, desde la carretera, las espumas de Máncora (se dice que también habían sido divisadas en 1958, por Federico “Pitty” Block durante una carrera de autos) y decidieron detenerse en la caleta a experimentar con sus olas, sin saber que años más tarde habría de convertirse en uno de los distritos más entrañables de la tabla nacional. Aunque años después, se especuló que antes de Barreda y sus amigos, llegaron a Máncora una comitiva de viajeros liderada por Teddy Harmsen, Juan José “Jota” Miró Quesada, Belico Suárez, Miguel “Mico” Tudela, Herbert Mulanovich, Cuté Ganoza, Dennis Gonzáles y “Chicho” Gonzáles. Pero lo importante es que estas son las primeras sesiones realizadas en la izquierda de salón de Máncora. El ambiente paradisíaco que se respiraba en la idílica playa piurana hizo que su fama corriera de boca en boca con la rapidez del rayo. Pronto, la frase “vamos a Máncora” se convirtió en una especie de santo y seña de los tablistas más destacados, quienes inmediatamente emprendían el viaje desde Lima, que a veces duraba hasta 24 horas, para disfrutar de las bondades de esta playa incomparable.

 

Uno de estos tablistas fue el Gordo Barreda, quien nos contó personalmente cómo descubrió la rompiente de Cabo Blanco. Sergio Barreda se hallaba en pleno viaje hacia Máncora con su esposa Eva cuando, perdidos en la red de carreteras que las empresas petroleras habían trazado en la costa norte de Piura, se toparon con el espectáculo increíble de las olas de Cabo Blanco. La sorpresa fue tal que, durante largos minutos, el Gordo se quedó extasiado en la orilla, mirando la perfección de esas olas. La ola de Cabo Blanco, rápida, agresiva y perfectamente tubular, se levantaba amenazante sobre un conjunto de rocas y se deslizaba hacia la izquierda, formando una sección tubular, larga y absolutamente maravillosa. Durante algunos años, el Gordo guardó celosamente el descubrimiento de Cabo Blanco y visitaba la caleta secretamente.


En sentido horario: Pierre Rodrigo explorando Indonesia. Augusto Villarán en Punta Rocas. Herbert Mulanovich en Máncora. Raúl Calle en Sunset Beach, Hawái. Ricardo Bouroncle en Punta Rocas con su Dick Brewer roja. Miguel Tudela en La Herradura antes del daño hecho en los ochenta.

 

Los nuevos campeonatos nacionales

A partir del año 1976 los campeonatos nacionales experimentaron una saludable variación. Antiguamente se hacían en una sola fecha en Kon Tiki. Luego Punta Rocas reemplazó a Kon Tiki para hacer la competencia de ola grande, y después se convirtió en el escenario obligado de los certámenes nacionales. En esta década La Comisión Nacional de Tabla tomó la acertada decisión de dividir el campeonato nacional en varias fechas y cada una se disputaría en un escenario distinto. Se buscaba someter a los tablistas a diferentes condiciones de oleaje, de modo que el campeón nacional no fuera solamente un experto en Punta Rocas.

 

Playas como Peñascal, Señoritas, Santa Rosa, Chicama y La Herradura fueron pronto incluidas en el calendario, y esto redundó en el incremento de la habilidad de nuestros tablistas. Herbert Fiedler ganó el título en 1977 y Tato Gubbins conquistó tres títulos nacionales (1976, 1978 y 1979). Este par de amigos se habían caracterizado por ser buenos en las rompientes más importantes, especialmente en La Herradura, donde eran amos y señores. Las características de estos nuevos campeonatos nacionales, con las competencias en olas de diferente tamaño, derechas e izquierdas, se mantuvieron en los ochenta y posteriormente en las siguientes décadas, forjando así a las nuevas generaciones de tablistas peruanos.