CAPÍTULO SEIS: LOS PRIMEROS AÑOS ERAN INSTITUCIONALES (1950 - 1959)

Presentación

A lo largo de esta década, el tradicional pasatiempo marino extendió sus dominios con el descubrimiento de nuevas playas y la organización de los primeros campeonatos nacionales e internacionales. Esos certámenes sentaron las bases de todas las futuras competencias y elevaron el nivel competitivo de nuestros tablistas. Las mujeres dejaron de ser simples espectadoras y abandonaron las orillas para convertirse también en competidoras activas, llevando su entusiasmo y belleza al corazón de las rompientes. Las sesiones inolvidables en Kon Tiki, los primeros campeonatos internacionales de ola grande, y la consolidación del Club Waikiki como baluarte de la tabla sudamericana, hicieron de estos años una época inolvidable.

El descubrimiento de Kon Tiki

Ha llegado el momento de mencionar en este libro el nombre de una persona clave. Se trata de Hall Mc Nicholls, un piloto norteamericano de la desaparecida aerolínea Panagra, en cuyas venas corría ese ilimitado amor a las olas que tenemos todos los tablistas. Encargado de cubrir la ruta que unía California con el Perú, Mc Nicholls había trabado amistad con los tablistas del Waikiki, con quienes corría olas en Miraflores cada vez que tenía la suerte de pasar algunos días en el Perú.

 

Bien, una mañana del verano de 1953, Hall Mc Nicholls y su amigo y copiloto Mr. Green, sobrevolaba las aguas vírgenes de Punta Hermosa, accionando el fuselaje de su avión para aterrizar en el aeropuerto de Lima cuando, bajo sus ojos, vio nítidamente desplegada una asombrosa serie de olas que corría velozmente sobre el mar azul, describiendo una trayectoria impecable. Durante los meses de invierno, cuando el impenetrable manto de niebla se cierne sobre nuestra ciudad, Mc Nicholls había creído distinguir algo allí abajo, pero ahora, bajo el sol radiante y el cielo despejado de febrero, ya no le cupo la menor duda. Sobrevoló al ras de la deslumbrante rompiente y comprobó que las olas tenían buena forma, excelente tamaño y que reventaban generosamente en medio de la hermosa bahía. Entusiasmado por su descubrimiento, aterrizó en el aeropuerto que entonces se hallaba en Limatambo, y esperó pacientemente que bajaran todos sus pasajeros para tomar por asalto el primer taxi que tuvo a la mano para dirigirse inmediatamente en busca de sus amigos del Club Waikiki. Eran las cuatro de la tarde y los waikikianos reposaban en las instalaciones de su club viendo cómo Carlos Dogny, mar adentro, paseaba sobre sus hombros a una de las chicas más bellas de la temporada, cuando vieron llegar al gringo Hall, con la corbata de su uniforme desanudada, el saco bajo el brazo, el sombrero en la mano y una enorme sonrisa estampada en su rostro colorado.

 

-“Hey amigos, yo creo haber descubierto uno buena playa al sur”- dijo Mc Nicholls, utilizando su mejor español. Y bastaron estas palabras para que pronto se viera rodeado por una legión de tablistas. El gringo se había ganado el cariño de los waikikianos y ellos sabían que jamás podría jugarles una broma con una cosa tan seria, así que le prestaron la mayor atención posible. Allí estaban, entre otros, el gran Eduardo Arena, Guillermo “Pancho” Wiese y un inquieto adolescente al que las noticias de Mc Nicholls habrían de cambiarle la vida para siempre: Pitty Block. El “Gringo”, como cariñosamente llamaban los waikikianos a Mc Nicholls, se explayó en una larga descripción de las olas que había visto, y convenció al grupo de que era perfectamente capaz de llevarlos hasta allí. “¿Por qué no?” dijo Dogny, e inmediatamente el grupo se puso a planear los detalles para la expedición. Partirían al día siguiente, llevando las tablas en un camión y llevarían consigo a los tableros para cargar las tablas hasta la orilla de la playa. “Gringo, ¿estás seguro que sabes cómo llegar?”, inquirió uno de los tablistas peruanos. Y el gringo, como si hubiera estado esperando esa pregunta toda su vida, contestó.


Vista aérea de Punta Hermosa y Kon-Tiki (1958). Nótese la ausencia del espigón entre la costa y la isla.

 

-“Yo estar completamente seguro. Al sur, treinta millas. No poder fallar”. Es muy probable que varios de nuestros tablistas no pegaran el ojo esa noche. La descripción que les había dado Mc Nicholls había sido minuciosa, alucinante, y un murmullo de admiración había rebotado sobre las piedras de la playa cuando el “Gringo” dijo: “esas olas ser como las de Makaha”. Al día siguiente, la caravana partió puntualmente rumbo a la playa secreta. El “Gringo” iría en el carro de adelante, guiando a los demás. Embargados por la emoción, los waikikianos sentían en el aire ciertas vibraciones que les anunciaban que algo importante estaba a punto de pasar, y en el camión, las viejas tablas de cedro entrechocaban sus viejas cuadernas produciendo un ruido de expectación. “Treinta millas al sur”, había dicho el “Gringo”; eso equivalía aproximadamente a 45 kilómetros. ¿Sería posible? La caravana tomó la delgada línea de asfalto que era entonces la carretera panamericana y se dirigió al sur.

 

Tras dos horas de viaje, luego que el “Gringo” hiciera parar un par de veces la caravana para consultar un mapa que le habían pasado, y luego, bordeando los cerros, llegaron a la aldea de pescadores llamada Punta Hermosa. Parados al borde del camino, nuestros tablistas siguieron la dirección en que apuntaba el brazo de Mc Nicholls y observaron, absortos en una especie de mística contemplación, la elegante línea de olas que barría la bahía. En aquellos días, Punta Hermosa estaba muy lejos de ser el populoso balneario que es hoy en día. Fuera de la pequeña aldea de pescadores, no existía ni una sola casa, y la carretera pasaba frente a la bahía indiferentemente, sin alguna pista de tierra que les permitiera a nuestros tablistas llegar hasta la orilla. “¿Y ahora, cómo bajamos las tablas?”, preguntó alguien, entonces Pitty Block, ayudado por dos de los tableros, arroja una de las tablas cerro abajo. La pesada estructura de madera se deslizó por la cuesta de arena y llegó a nivel del mar sin mayores contratiempos. Inmediatamente, fue seguida por las demás tablas. En medio del entusiasmo, el “Gringo” se olvidó del poco español que conocía y se puso a vociferar en inglés frases ininteligibles entre las que nuestros tablistas a veces reconocían palabras aisladas como “Makaha”, “Giant Waves” y “Big Surf”.


“Pancho” Wiese De Osma demostrando talento y destreza sobre las olas de Punta Rocas.

 

Pronto, la manada de tablistas estaba en la orilla, lista a ingresar por primera vez a las aguas de Punta Hermosa. Cierto espíritu de grupo, que a decir verdad siempre animó a los valientes fundadores del Waikiki, se puso en funcionamiento, y sin que nadie pronunciara una palabra, todos los tablistas entraron juntos por la orilla. Las olas reventaban mar adentro, muy lejos de la orilla, pero muchos de ellos eran grandes remadores y, sin quererlo, se enfrascaron en una feroz competencia por ver quién era el primero que llegaba a la rompiente y atrapaba una de esas enormes olas. Vistas desde la orilla, las olas lucían como lejanas espumas que barrían la superficie marina en medio de la bahía, recorriendo a veces distancias de 100 y 200 metros.

 

Aunque sólo tenían las primitivas y pesadas tablas de los años cuarenta, algunas de las cuales todavía andaban por los ochenta o noventa kilos, los waikikianos remaban con toda su fuerza, a medida que se acercaban a las olas descomunales que, viniendo desde mar adentro, amenazaban con tragárselos con tabla y todo. De pronto, cuando llegaron a la frontera de la rompiente, el mar se calmó. Se mantuvo en calma durante un rato, lo cual les permitió acercarse, pero ya Dogny se había adelantado y asumiendo su rol de vanguardia se aprestaba a tomar la primera ola de la serie, una verdadera montaña de agua de aproximadamente cuatro metros de altura que por un momento pareció ocultar el cielo. Con su valentía a prueba de tormentas y su ilimitado amor hacia nuestro maravilloso deporte, Dogny atrapó la gigantesca ola, llegando a bajarla y correrla con éxito, aunque con muchísima dificultad. La escasa maniobrabilidad y el peso excesivo de la tabla hacían que la experiencia fuera extremadamente peligrosa, la fuerza inaudita de las olas aumentaba el riesgo de recibir un golpe fatal. Cuentan que cuando Dogny llegó a la orilla, pronunció solemnemente esta frase: “Estas olas no se pueden correr”. La primera serie de olas literalmente barrió con todos (Hall Mc Nicholls incluido) sin embargo, el entusiasmo y las ganas de dominar el salvaje oleaje pudieron más que las precauciones, y nuestros tablistas, exponiendo sus vidas al peligro de esas aguas desconocidas, lograron vencer el oleaje.


En sentido horario: “Pancho” Wiese con su tabla saliendo de Kon-Tiki. Eduardo Arena. Vista aérea de San Bartolo.

 

La visita de George Downing

Corría el verano de 1954 cuando el hawaiano George Downing visitó las rompientes peruanas. Los waikikianos, conscientes de fomentar la evolución de su deporte favorito, extendieron una carta al The Outrigger Canoe Club de Hawái pidiendo que enviaran al Perú a su mejor exponente, para que se convirtiera en su instructor. En ese entonces, Downing acababa de ganar un importante torneo en la playa Makaha, y fue elegido unánimemente por los miembros del outrigger para representar a los hawaianos en el Perú. Hasta el día de hoy, los tablistas de esa época recuerdan con admiración las audaces maniobras de Downing quien, equipado con una ligera tabla de madera balsa forrada en fibra de vidrio, bajaba las olas de Kon Tiki con tanta facilidad como velocidad.

 

Desde que llegó al Perú, Downing se pasaba hora tras hora metido en el mar de Miraflores, sacándole el jugo a las olas que reventaban quinientos metros mar adentro, y desplegando todo el arsenal de maniobras que hasta entonces era posible hacer sobre una liviana tabla de madera balsa. Para empezar, Downing inauguró ante los ojos de los waikikianos lo que resulta ser el fundamento de la tabla moderna: correr sesgando las olas. Los tablistas peruanos miraban estupefactos la facilidad con que Downing bajaba por los tumbos de Miraflores y, a diferencia de los waikikianos que generalmente corrían la ola de frente, se inclinaba a un lado y al otro para correr paralelo a la ola, logrando esbozar sobre el lomo de la misma maniobras que entonces ni siquiera habían pasado por la imaginación de los muchachones miraflorinos.

 

Ocurría que la tabla de Downing, además de estar hecha con madera balsa, estaba equipada con una quilla que le permitía dibujar estas maniobras. Pasaron los días y Downing expresó su curiosidad al preguntar sino existían otras playas con olas más grandes donde él pudiera correr. Los socios del Waikiki se miraron entre sí, recordando la playa descubierta por Mc Nicholls y la accidentada incursión del verano de 1953. Al día siguiente Downing estaba parado en la orilla de Kon Tiki, listo para hacer frente a las olas que tantos desvelos había ocasionado en las personas de Pancho Wiese, Eduardo Arena y Pitty Block. Con una sonrisa de satisfacción en el rostro, similar a la del viajero que se reencuentra con el oleaje de su propio país, Downing ingresó al mar de Punta Hermosa y tomó ese mismo día más de una docena de olas.

 

Los waikikianos no creían lo que estaban viendo. Despojado de unos sesenta kilos de lastre, Downing hacía lo que quería con su liviana tabla; las subidas y bajadas, además de las agresivas quebradas estuvieron a la orden del día, y los waikikianos tenían la impresión de estar contemplando un deporte completamente distinto al que por entonces ellos habían practicado. En la orilla, Guillermo “Pancho” Wiese, esperó a que Downing saliera para pedirle prestada su tabla, e iluminado por los últimos resplandores de la puesta de sol, se internó mar adentro, dispuesto a vencer de una vez por todas a las descomunales olas que se habían convertido en leyenda.


Izquierda: George Downing y Fernando Merino. Derecha: Tablistas bajando en grupo una buena ola en Punta Rocas. Foto aérea de la terraza del Club Waikiki.

 

Se acostó sobre la tabla, sintió la liviana sensación de flotabilidad que ésta tenía y, casi sin darse cuenta, llegó a la reventazón de Kon Tiki luego de algunas vigorosas brazadas. Una vez adentro, se apostó en el lugar donde reventaban las olas y esperó su turno. Los waikikianos vieron cómo Pancho Wiese remaba en pos de la ola escogida, se situaba en el punto más crítico de la cresta y descendía vertiginosamente, de pie sobre la ligera tabla de madera balsa, en una ola de tres metros. Pancho llegó a la base de la ola e inclinó su cuerpo a un lado, sesgando la ola magistralmente, salió ileso de la tremenda detonación que estalló a sus espaldas y recorrió unos ciento cincuenta metros de dinamita pura, antes de salir a la orilla con una de las más contundentes sonrisas que la tabla le regalaría a lo largo de su vida.

 

Definitivamente, ese fue uno de los días más gloriosos del recordado Pancho Wiese, quien a partir de ese momento empezaría la carrera que lo llevaría a convertirse en uno de los más expertos corredores de ola grande del mundo en esa época. Algunos días después, cuando Downing regresó a su isla en Hawái, Pancho pagó la exorbitante suma de 120 soles de oro por su tabla. Pocos meses después, Pancho Wiese fue invitado a participar en un torneo de tabla a disputarse en Makaha, convirtiéndose en el primer tablista que representaba al Perú en un evento de tabla internacional. Gracias a su experiencia en las olas de Kon Tiki, nuestro campeón de ola grande llegó a clasificar quinto.

 

Unos meses después, gracias al lote de 10 tablas Hobie que Eduardo Arena trajera de California en barco en el invierno de 1954, las tablas de madera balsa con quilla empezaron a proliferar, mientras las pesadas tablas de cedro eran desplazadas al desván de los recuerdos. Sin embargo, los aportes de Downing no se limitaron a esto. El hawaiano enseñó a los waikikianos las diferentes modalidades de competencias que se acostumbraba hacer en Hawái. Es así como los nuestros supieron de las extensas remadas de resistencia, las carreras de postas y las carreras de velocidad. Gracias a estos nuevos conocimientos, generosamente impartidos por el campeón hawaiano, se dieron las condiciones necesarias para que se celebraran en 1954 los primeros campeonatos de tabla y al año siguiente, en 1955, el primer campeonato nacional.


Día de la inauguración del Club House Kon-Tiki. Se observa a Lucho Orellana con su uniforme blanco. 8 de febrero de 1955.

 

Los Tres Mosqueteros

Desde aquella legendaria incursión en las aguas turbulentas de Kon Tiki, los tablistas peruanos supieron que una ola poderosa e indomable los esperaba en Punta Hermosa, planteándoles un reto difícil de vencer. Un trío de amigos quedó obsesionado con la idea de dominar esas olas. Se trataba de Guillermo “Pancho” Wiese, Eduardo Arena y Federico “Pitty” Block. Se hacían llamar “Los Tres Mosqueteros”, en evidente alusión a los inolvidables personajes creados por Alejandro Dumas, y se propusieron dominar las olas de Kon Tiki a como diera lugar. La costumbre de ir a Kon Tiki fue extendiéndose entre los demás socios waikikianos. Era la época en que, encabezados como siempre por el patriarca Carlos Dogny, acudían cada fin de semana a Punta Hermosa a celebrar alegres veladas a orillas del mar. Fotografías de la época muestran a los tablistas cómodamente instalados en elegantes mesas dispuestas sobre la arena, y atendidos por un mozo vestido con impecable traje blanco. No faltaban, por supuesto, los manteles limpios, los vasos, cubiertos y servilletas con que los waikikianos daban cuenta de los suculentos banquetes, mientras recibían en el cuerpo la cálida brisa del mar que tejía en torno a ellos un tapiz sobre el cual sonaba el lejano estallido de las olas.

 

En la revista publicada por el Club Waikiki en 1967 para celebrar los 25 años de fundación del club, encontramos una suculenta crónica, escrita por el gran Carlos Rey y Lama, sobre cómo eran estas primeras sesiones en Kon Tiki: “Hay que considerar lo que eran estas primeras incursiones en mar abierto, y que el ruido producido por ese rumor que traen las olas grandes inspiraba respeto, además del viento y la masa enorme de agua que traía cada una de estas olas. El traslado de las tablas constituía toda una maniobra, y a pesar de ser tablas casi indestructibles, cada uno se preocupaba de la suya y que llegara en óptimas condiciones, asegurándose sobre todo del buen estado del “espiche” como se llama en términos náuticos al tapón de bronce ubicado en la popa y cerca del “cáncamo”, la agarradera de bronce que tenía cada una de las tablas. El tapón servía para achicar el agua que inevitablemente se colaba después de unos momentos de uso, y la agarradera servía para prenderse de ella con las dos manos, utilizando todo el peso del cuerpo para evitar que el mar la arrastrara hasta trescientos y cuatrocientos metros, como muchas veces sucedía”.

 

El club decidió extender sus dominios a las playas del sur de Lima, permitiendo a nuestros tablistas probar olas cada vez más grandes y fuertes, que propiciaron la aparición de deportistas legendarios. Gracias a la adquisición del terreno frente las olas de Kon Tiki, nuestros tablistas se vieron en la capacidad de organizar los primeros torneos internacionales que dieron a conocer a nuestros exponentes en el mundo de la tabla hawaiana.

 

¿Y los Tres Mosqueteros? Pues ellos se convirtieron en los amos y señores de Kon Tiki, gracias a las tablas livianas que trajera Eduardo Arena de California. Porque durante los veranos de 1952 y 1953 el Waikiki tuvo a otro visitante ilustre, el tablista californiano Al Dowden, miembro del San Onofre Surf Club, quien llegó al Perú atraído por la fama de nuestras olas. Gracias a él los waikikianos se enteraron por primera vez que las tablas que estaban utilizando ya eran prácticamente inservibles. En efecto, Dowden extendió una invitación a Eduardo Arena para que visitara el club californiano, y especialmente, para que viera cómo eran las tablas modernas. La visita de Eduardo Arena a California se pospuso hasta junio de 1954 y ese viaje sirvió para que los socios del Club Waikiki adquirieran sus tablas de madera balsa con quilla de la marca Hobie.


Reunión de amigos en casa de Reymundo Quintana, en la playa Kon-Tiki, Punta Hermosa.

 

El primer campeonato nacional

En la mañana del domingo 27 de marzo de 1955 se realizó en Kon Tiki la primera competencia oficial de ola grande que, controlada y calificada por jueces, se convirtió en el primer campeonato nacional de tabla. La playa se presentó cubierta por una densa neblina, mientras las olas, cuya espuma vestía de blanco la bahía, retumbaban mar adentro. Recelosos ante el ruido sordo y descomunal que venía desde la incierta reventazón, los competidores se persignaban antes de entrar al agua. Ellos eran Eduardo Arena, Alfredo “Pecho” Granda, Guillermo “Pancho” Wiese y Federico “Pitty” Block. Los jueces fueron Alfredo Álvarez Calderón, Richard Fernandini y Carlos Rey y Lama, el legendario “Rex”.

 

Era tal el respeto que ese mar les inspiraba, que decidieron entrar con chalecos salvavidas, sin sospechar que si una ola los revolcaba, los mismos chalecos habrían ocasionado que fueran arrastrados cientos de metros a riesgo de perecer ahogados. A pesar del enorme respeto que despertó en sus corazones la braveza nunca antes vista de ese mar, competidores y jueces entraron al agua. Los jueces llevaban una tablilla de triplay clavada con tachuelas en la proa de sus tablas, y un lápiz bicolor colgado del cuello. Los competidores llevaban consigo los latidos agitados de sus corazones y la ajustada crispadura de sus nervios de acero. Ninguna ola bajaba de los siete metros de altura, y aunque los tablistas ya estaban acostumbrados al oleaje de Kon Tiki, nunca en su vida habían visto algo que se acercara remotamente a semejante despliegue de poder acuático.

 

Según el testimonio de Carlos Rey y Lama, ese día entró una marejada que literalmente barrió la bahía: “Por primera vez el mar se mostraba así, formando una sola ola que más que ola parecía una montaña que se elevaba a todo lo largo, desde Kon Tiki hasta las cercanías de la Isla de Punta Hermosa, de lo que nos dimos cuenta cuando la neblina despejó un poco y ya estábamos embarcados sobre las tablas y mar adentro buscando el "canal de calma" acostumbrado y que en esta oportunidad había desaparecido por completo. Los competidores no podían en sus primeros intentos tomar las olas; éstas cambiaban con frecuencia el lugar donde se levantaba la "onda" y donde se producía la reventazón, unas veces más adelante, otras veces más atrás, crecían interminablemente rompiendo por momentos desde la misma cresta”.

 

Luego de luchar contra las olas que los azotaban sin descanso, los tablistas y jueces llegaron a la reventazón. El primero en agarrar una ola fue Alfredo Granda, el popular “Pecho” quien, a diferencia de sus rivales que corrían con tablas de madera balsa, había entrado con un tablón de los cuarenta. Animado por el ejemplo, el joven “Pitty” Block cogió la segunda ola, seguido por Eduardo Arena y “Pancho” Wiese. Instalados firmemente sobre sus tablas, los jueces tenían que juzgar tres aspectos: tamaño de la ola, grado de dificultad de la misma y la distancia recorrida. Siguiendo ese criterio, Guillermo “Pancho” Wiese estuvo a punto de vencer en la competencia, pero el gran “Pecho” Granda fue el elegido por los dioses, al enfrentarse con un monumento de ola, la más grande de la mañana, y que bajó con su chaleco hasta el cuello, pegado como una lapa a la tabla, siguiendo la ola interminablemente hasta que esta rompió. La espuma se cernió sobre su cabeza y sepultó a Granda en sus fauces: milagrosamente, y gracias a su pericia en el deporte, “Pecho” logró surgir de la espuma desvanecida, intacto, parado firmemente sobre su tabla, luego de haber recorrido más de ciento cincuenta metros. Los campeonatos nacionales de ola grande acababan de nacer. Alfredo Granda fue el ganador de la contienda y se convertía de esta manera, en el primer campeón nacional de tabla.

Más carreras que en el hipódromo (RECUADRO)

Los primeros torneos de tabla que se organizaron en nuestro país seguían las reglas divulgadas por el hawaiano George Downing e incluían, además de las pruebas de habilidad sobre las olas, una serie de competencias destinadas a medir la fuerza, la resistencia y la capacidad de nuestros tablistas. Estas competencias buscaban establecer un sistema de evaluación que permitiera coronar al campeón o a la campeona según la cantidad de puntos acumulados en las diferentes pruebas.

 

Había de todo, las grandes travesías de resistencia entre La Herradura y Waikiki, en la que nuestros tablistas debían unir una distancia aproximada de diez kilómetros (seis millas) sobre sus respectivas tablas, desafiando las corrientes y las marejadas. Estaban también las pruebas de velocidad, que contabilizaban las mejores marcas de tiempo en distancias de 2000, 1000, 500 y 300 metros. Además, estaban las pruebas de colchonetas para damas, y las elegantes sesiones de tándem, en las que se juzgaba la elegancia de las maniobras y el equilibrio entre las parejas. Pero la prueba culminante, se reservaba para el final, era la prueba de habilidad en tabla en las olas de Kon Tiki. Allí se juzgaba básicamente cuatro aspectos: tamaño de la ola, posición del tablista respecto al punto crítico de la ola, velocidad y por último, distancia recorrida. Vencer en la prueba final no garantizaba ganar el campeonato, lo que se buscaba era premiar al deportista que reuniera la fuerza necesaria para cubrir distancias en tiempos cortos, la resistencia indispensable para culminar grandes travesías y, por último, la habilidad para dominar las olas de la manera más vistosa y radical. En suma, los campeones de estos torneos tenían que ser unos atletas integrales. Pronto, estas competencias fueron haciéndose más y más populares, al punto que los periódicos de la época decían que “en Waikiki hay más carreras que en el hipódromo”.


Izquierda: Rafael Berenguel y Bertrand Tazé en playa Makaha, Miraflores (1959). Derecha: Sonia Costa de Barreda en playa Cerro Azul.

 

Las primeras competencias internacionales

En 1956 se realizó el primer campeonato internacional de tabla, que contó con la participación de una importante delegación norteamericana que representaba al Club San Onofre de California. El equipo peruano, encabezado por Eduardo Arena, Guillermo Wiese, Alfredo Granda, Augusto Felipe Wiese, Fernando Arrarte y Federico “Pitty” Block, entre otros, supo sacar partido de su mayor conocimiento del mar peruano para hacer un buen papel. Si bien es cierto que Albert Dowden, presidente del San Onofre, acumuló la mayor cantidad de puntos en las distintas pruebas (remada, velocidad, etc.) la verdad es que cuando los competidores llegaron a las aguas de Kon Tiki para enfrascarse en la prueba final de habilidad sobre ola grande, Eduardo Arena dominó la competencia magistralmente, convirtiéndose de esa manera en nuestro primer campeón internacional en ola grande. Este campeonato sirvió también para consolidar el reglamento de calificación de las competencias internacionales.

 

En 1957 se celebró el segundo campeonato internacional de tabla, que contó con la presencia de una delegación hawaiana integrada por los famosos Conrad Cunha y el gran Albert “Rabbit” Kekai. También vino la campeona Ethel Kukea y el tablista Roy Ichinose, todos ellos del Hawaiian Surf Team. Lo importante de este segundo torneo fue que, si bien los peruanos utilizaron en 1956 tablas de madera balsa (tipo Malibu), a partir de este momento empezarían a utilizar tablas más chicas y más livianas, como las que dejaron Cunha y Kekai. Así, gracias al contacto internacional, el nivel competitivo de los tablistas peruanos se incrementó considerablemente, convirtiendo al equipo nacional en un rival temible en las siguientes competencias internacionales.

Campeonato Internacional de 1956

EQUIPO PERUANO
Eduardo Arena
Augusto Felipe Wiese
Fernando Arrarte
Federico Block
Felipe de Osma
Ramón Raguz
Rafael Navarro
Alfredo Granda
Richard Fernandini
Herbert Mulanovich
Alfredo Hohaguen
Guillermo Wiese
Armando Vignati
Dennis Gonzáles

EQUIPO CALIFORNIANO
Albert Dowden
Tom Wilson
Richard De Witt
Robert Silver
Reinz Wunderlick

Resultados del Campeonato Internacional de 1956

1. Albert Dowden (EE.UU.) 32 puntos
2. Eduardo Arena 20
3. Augusto Felipe Wiese 8
4. Fernando Arrarte 8
5. Federico Block 8
6. Robert Silver (EE.UU.) 4
7. Federico de Osma 3
8. Ramón Raguz 2
9. Rafael Navarro 2
10. Alfredo Granda 1

Resultados Kon Tiki 1,956

1. Eduardo Arena 14 puntos
2. Albert Dowden (EE.UU.) 11
3. Pitty Block 8

Campeonato Internacional de 1957

EQUIPO PERUANO
Eduardo Arena
Dennis Gonzáles
Héctor Velarde
Augusto Felipe Wiese
Guillermo Wiese
Federico Block
Fernando Arrarte
Alfredo Hohaguen
Oscar Berckemeyer

EQUIPO HAWAIANO
Rabbit Kekai
Conrad Cunha
Robert Ichinose
Ethel Kukea

Resultados del Campeonato Internacional de 1957

1. Conrad Cunha 12 puntos
2. Guillermo Wiese 8
3. Federico Block 6
4. Rabbit Kekai 4
5. Eduardo Arena 4
6. Augusto Felipe Wiese 4

Peruanos en Hawái

Gracias al contacto establecido con los tablistas hawaianos a partir del segundo campeonato internacional, una delegación peruana viajó a Hawái en 1959 invitados por el The Outrigger Canoe Club de Honolulu. Carlos Rey y Lama, Richard Fernandini, Federico “Pitty” Block y Fernando “Pollo” Arrarte tuvieron la enorme responsabilidad de representar al Perú en la mítica costa de Hawái. El domingo 12 de julio se realizaron las competencias de tabla en la playa de Waikiki. Hubo largas remadas, en una de las cuales Fernando Arrarte quedó quinto; carreras de velocidad en las que Ricardo Fernandini quedó segundo y Carlos Rey y Lama cuarto; además de pruebas de habilidad sobre las olas en las que destacó Federico “Pitty” Block. Toda la competencia fue controlada por John Lynn y el legendario Duke Kahanamoku. La actuación de los peruanos fue elogiada y aplaudida por los hawaianos, quienes quedaron fascinados al ver cómo el deporte real de las islas se expandía por el mundo.

La fundación del Club Waikiki de Francia

La vida aventurera y cosmopolita que acostumbraba llevar Carlos Dogny Larco, propició la fundación del primer club de tabla en aguas europeas. En efecto, en uno de sus viajes a la tierra de sus ancestros, Dogny llevó su tabla para dar una demostración sobre las olas de Biarritz. Corría el año de 1959 y los miembros de la rancia nobleza europea que se hallaban veraneando en el exclusivo balneario francés, se llevaron la sorpresa de sus vidas al ver a un hombre que cabalgaba sobre las olas a bordo de una larga tabla. Dogny recibió una entusiasta acogida de los jóvenes franceses y decidió fundar una extensión del Club Waikiki en dicha playa. En esos días, el Perú ya era una potencia mundial de la tabla y a los tablistas pioneros del Club Waikiki se les debe el honor de haber llevado el deporte no sólo a Europa, sino también a los países de Sudamérica.

Salvavidas por naturaleza

Parte importante en la vida de los tablistas es la facilidad con que pueden rescatar a personas que están a punto de ahogarse en el mar. Pero lo que les sucedió a los muchachones del Club Waikiki en 1959 puede fácilmente ser materia para una película de acción. Según declaraciones prestadas al diario El Comercio, Richard Fernandini vio a eso de las 12:45 p.m. a una escuadrilla de aviones volando sobre el cielo de Miraflores de norte a sur. Por la dirección que llevaban, Fernandini estaba seguro que iban a desaparecer pronto detrás del cerro de Chorrillos cuando, de repente, uno de los aviones, a la altura de La Pampilla, soltó un aparato sobre las aguas. El avión perdía altura, pero ninguna circunstancia hacía presagiar el accidente. Frente al Club Waikiki, el aparato voló a una altura de cien metros, y frente a la Quebrada de Armendáriz, estaba prácticamente a nivel del mar. Fernandini y sus amigos pensaron que se trataba de una imprudente maniobra acrobática, pero cuando vieron que el avión daba un rebote sobre el agua, caía y en menos de un minuto, terminaba por hundirse, tomaron el auto de Alfredo Payet y se dirigieron al borde de la quebrada, con cuatro tablas.


En sentido horario: José Antonio Schiaffino, Richard Fernandini y Rafael Navarro. Augusto Felipe Wiese. Remada final en tándem. Richard Fernandini en plena faena.

 

Junto a Alfredo Hohagen y Federico “Pitty” Block, Fernandini y Payet se echaron al agua y remaron con fuerza inusual hasta cubrir los mil metros que separaban al avión de la orilla. Cinco minutos después del percance, pudieron llegar hasta donde estaba el piloto. Los tablistas lo encontraron flotando desmayado, y lo acostaron encima de tres de las tablas boca arriba, y nadaron por turnos hasta que lo sacaron a la playa. A mitad del camino tuvieron que recoger a dos nadadores agotados que también habían intentado llegar hasta el lugar del accidente contando con la fuerza de sus brazos. Luego de administrarle los primeros auxilios en la orilla, los cuatro tablistas reanimaron al joven piloto, un alférez de la FAP llamado Manuel Montenegro quien, posteriormente, declaró que su P-47 se había quedado sin gasolina. Luego de haber salvado la vida del piloto, y de paso rescatar a los dos improvisados salvadores, los cuatro amigos regresaron al Waikiki, orgullosos de su proeza, pero conscientes de su misión como potenciales salvavidas.

Breve reseña sobre el Club Pacífico Sur

La Asociación Pacífico Sur se funda el 7 de octubre del año 1959, con el objeto de constituir el club de playa Pacífico Sur, para practicar el deporte de la tabla hawaiana. Para estos fines, un grupo de jóvenes universitarios y amigos de barrio adquieren del Estado Peruano un lote de terreno cercano al Club Waikiki, en la ribera de la Costa Verde de Miraflores, donde inicialmente construyen una terraza, dos baños y un recinto para guardar sus tablas. Los socios fundadores, tal como figura en su escritura de constitución, fueron César Belaúnde, José Carrillo, Álvaro García Sayán y Jorge De Romaña, siendo el primero de los nombrados, el primer presidente de la institución. En sus inicios, sus socios eran un grupo generacional más joven que los de su vecino Club Waikiki. El ambiente del Pacífico Sur se caracteriza por ser un club deportivo y familiar. Hoy continúa promoviendo el deporte de la tabla hawaiana mediante su participación como socio fundador de la Federación Deportiva Nacional de Tabla y acogiendo, entre sus socios juveniles, a algunos tablistas destacados otorgándoles la categoría de Socios Deportivos.

 

En su proceso de evolución y apoyo al deporte de la tabla hawaiana, en el año 1970 el club organiza, durante la presidencia de Mario Suito Sueyras, su primera versión del Campeonato José Duany, en memoria a un recientemente fallecido consocio del mismo nombre. Este campeonato posteriormente, fue realizado con frecuencia anual a lo largo de más de 30 años, en la playa La Pampilla de Miraflores y se constituyó en el más importante campeonato de ola chica del país, siendo reconocido como un “semillero” de tablistas de competencia y/o futuros campeones nacionales, al haber sido diseñado como un campeonato abierto con múltiples categorías, que se definía en una serie final, conformada por los ganadores de cada una de aquellas, otorgándoles así grandes posibilidades de sobresalir a los debutantes, como ocurrió con Brad Waller, Carlos Espejo, Max y “Magoo” De La Rosa, “Makki” Block, Luiggi Nikaido, Gabriel Villarán, Roberto Meza, Juan Manuel Zegarra, Milton Whilar, y otros.

 

El José Duany fue organizado hasta el año 2002 y fue Luis Miguel De La Rosa Toro “Magoo” quien logró obtener definitivamente la gran Copa Pacífico Sur, al cumplir con uno de los requerimientos para ello: por haber conseguido el primer puesto en la Categoría Open a lo largo de cinco torneos realizados en años no consecutivos. Otra forma de hacerse de la copa hubiera sido ganando el torneo en tres años consecutivos, cosa que algunos tablistas estuvieron cerca de lograrlo, como Sergio Barreda y Gabriel Gómez Sánchez por ejemplo. El torneo José Duany convocaba la participación de no menos de 150 competidores en sus diversas categorías, habiendo conseguido cifras record de más de 200 participantes en algunas de sus versiones. Posteriormente, este campeonato se constituyó como una de las fechas obligatorias del Circuito Nacional de Tabla Hawaiana hasta el año de su finalización.


En sentido horario: Brad Waller y Gabriel Gómez Sánchez. Luis Miguel “Magoo” De La Rosa ganó cinco ediciones del José Duany. Brad Waller en La Pampilla. Desde la derecha hacia la izquierda: Carlos Barreda, Sonia Costa de Barreda, Mario Rodríguez y Rafael Berenguel, destacados tablistas del Club Makaha (1959). El torneo José Duany fue organizado por el Club Pacífico Sur.

 

La fundación del Club Makaha

Un grupo de tablistas miraflorinos decide fundar el célebre Club Makaha. Reunidos en el local provisional de la calle Coronel Inclán; Luis Arguedas Gonzáles, Carlos Kruguer, Pedro Zavala, Julio Ratto, Juan Larrañaga, Jorge Pautrat, Carlos Barreda, Miguel Pujazón, Luis Caballero, Guillermo Arguedas, Armín Zettel, Alfredo Segovia, Santiago Patroni, Germán Merino, Augusto López, Carlos Pestana, César Pastor, Alfredo Román, Luis Claux, Pedro Muñoz, José Raygada, Carlos Prieto, Federico Blume, Humberto Lazarte y Humberto Patroni se asociaron para fundar el Club Makaha.

 

Se cuenta que los socios solían reunirse en torno a una palmera, contigua a la orilla del mar, y que pronto se hicieron amigos de los tablistas del Club Waikiki. Uno de ellos, el inolvidable César Barrios, notó que esos jóvenes ardían en deseos de tener su propio club, y tuvo el generoso gesto de apoyar financieramente a los muchachos del Makaha para ayudarlos a levantar su propio local. La construcción de ese club tiene su propia historia. Como no tenían las facilidades económicas de sus adinerados vecinos del Waikiki, ellos mismos tuvieron que poner el hombro en la construcción del local. Hasta la señora Sonia Barreda (nuestra primera campeona nacional de tabla) cargó sus ladrillitos, mientras los demás socios se afanaban mezclando cemento, cargando piedras, levantando paredes y, en fin, dándole forma a su sueño del club propio. El primer instructor de tabla que tuvieron fue el mismísimo Carlos Dogny Larco.

 

El Club Makaha nació el 12 de octubre de 1959 y pronto empezó a destacar por la impresionante demostración de arrojo y valentía de muchos de sus socios. Sonia Barreda, y sus hijos Sergio y Carlos, la inolvidable Eve Eyzaguirre, el indomable Raúl “Wantan” Risso y las bellísimas Pilar Merino y Carmen Pastorelli, son figuras que destacaron en la renovada escena de la tabla peruana. Junto a Óscar Malpartida, Pocho Awapara, Iván y Erik Sardá, Ivo y el “Gringo” Hanza, Ricardo Bouroncle, Fernando Ortiz de Zevallos, Rodolfo Valdez, Toto Gallo, y otros jóvenes socios que hicieron del Makaha, el rival directo de los tablistas del Club Waikiki. Dos años después, en 1961, el Makaha recibiría una inyección de sangre fresca, al incorporar a los jóvenes valores del Club Topanga de Barranco.